Pros y contras del consumo de vino para la salud humana
Alcohol de farmacia
Entre bebidas alcohólicas, el vino es la que mejor fama tiene entre los médicos. Las propiedades de su consumo moderado empiezan a ser cada vez más conocidas. Pero también los riesgos derivados de su abuso.
Es como la historia del doctor Jekyll y Mr. Hyde. El vino ejerce a la vez una función social y antisocial; favorece las relaciones humanas y convierte a ciertos individuos en despojos solitarios; tiene indiscutibles efectos beneficiosos para la salud, pero puede causar no pocos males. Como es asumido por todos -consumidores, productores y distribuidores -, la clave de tan radical diferencia está en la dosis. No superar la frontera entre consumo moderado y excesivo es un compromiso que han tomado como suyo todos los agentes que participan en la fabricación y disfrute del formidable vino.
Buena imagen social
Cada vez quedan menos dudas de que la ingesta moderada de vino tiene efectos positivos para el organismo. Puede reducir las probabilidades de padecer enfermedades cardiovasculares, retrasar la aparición de diabetes no insulinodependiente, combatir la hipertensión y hacer bajar la frecuencia de aparición de algunos cánceres. A pesar de tratarse de una bebida adictiva y cuyo abuso tiene efectos devastadores, el vino es el producto alcohólico con mejor imagen social.
Como indica Ramón Estruch, médico internista, “desde hace muchos años la sociedad ha atribuido efectos saludables al vino, en la mayoría de los casos sin base científica. Pero en las últimas décadas se han publicado muchos trabajos serios que indican que su consumo moderado reduce la mortalidad total, sobre todo la cardiovascular”.
Tóxico o alimenticio
¿Qué entienden los médicos por consumo moderado? Algunos investigadores han propuesto que el alcohol debería ser evaluado por principios toxicológicos, ya que se trata de un agente potencialmente tóxico. En este sentido, podría calcularse un umbral por debajo del cual su ingestión siempre es segura. Dicha frontera parece estar en 120 mililitros diarios de vino para las mujeres y 240 para los hombres. Pero ésta es una medida aislada que no tienen en cuenta factores variables como la calidad del producto que se toma, si se bebe con las comidas o solo, la predisposición genética del consumidor y las diferencias en el metabolismo del etanol.
Frente al estudio toxicológico del vino se encuentra su análisis nutricional, es decir, la consideración de esta bebida como un alimento. El principal valor del jugo fermentado de uva en este sentido es el índice calórico de su contenido de etanol. El alcohol no necesita ser digerido, es absorbido directamente por las paredes intestinales, con lo que aporta una rápida dosis de energía metabólica al organismo. De hecho, en algunas poblaciones rurales el vino ha sido considerado históricamente un alimento energético.
Esta bebida contiene además pequeñas cantidades de algunas vitaminas, como las del grupo B, y estimula la secreción de jugos gástricos que favorecen la digestión.
Por desgracia proliferan las informaciones exageradas sobre supuestos prodigios del vino que no siempre están bien contrastadas. Por eso es muy importante entender en qué estado real se encuentra la evidencia científica al respecto.
La mayor parte de los estudios realizados son epidemiológicos, pero existe una cantidad mucho menor de ensayos clínicos aleatorizados que aportan el máximo nivel de evidencia en medicina. Aun así el consenso parece suficiente como para asegurar que consumir pequeñas cantidades de vino produce efectos saludables, sobre todo en el sistema cardiovascular.
¿Sirve para todos?
Muchos trabajos han intentado discernir si los beneficios son achacables al vino o al alcohol; es decir, si los mismo efectos positivos se derivan de la toma de otras bebidas alcohólicas. Un reciente estudio del Hospital Clínico de Barcelona, España, ha descubierto en parte la respuesta. Tras comparar la acción del vino tinto y de la ginebra en el organismo, se ha hallado que ambas bebidas elevan las lipoproteínas de alta densidad (HDL), conocidas popularmente como “colesterol bueno”, y reducen los perjuicios de la oxidación de las lipoproteínas de baja densidad (LDL). Pero el vino añade las virtudes de tener una mayor capacidad antioxidante y un mayor efecto antiinflamatorio, con lo que podría retrasar la aparición de arteriosclerosis.
Esto se debe a la acción de los componentes no alcohólicos de esta bebida de uva. Los más importantes son los polifenoles, los antioxidantes más abundantes en la dieta humana, que se encuentran en grandes cantidades en el fruto de la vid pero, además, se generan espontáneamente cuando el vino envejece en barrica de madera.
Muchos estudios in vitro
demuestran que estos compuestos, sobre todo la catequina y la quercitina, inhiben la tendencia de las LDL a oxidarse. La oxidación de estas proteínas grasas se considera la principal fuente de formación de placas de ateroma.
Estudios deficitarios
Para determinar realmente si esta inhibición tiene efecto en el organismo humano en condiciones normales es necesario establecer la biodisponibilidad de estas moléculas, es decir, si una vez ingeridas el cuerpo las pone a disposición de las células o las elimina. En el departamento de Aterogénesis de la Universidad de Montpellier (Francia) se ha demostrado que tras una toma de vino tinto de 300 mililitros junto con una comida que aporta 500 kilocalorías, algunos polifenoles se encuentran en el plasma sanguíneo en una relación de 0.1 moles por litro. Pero, además, la capacidad máxima antioxidante del plasma coincide con el pico de presencia de estas sustancias.
El punto débil de algunos de estos hallazgos sobre los polifenoles es que, para establecer la relación entre una o varias sustancias y su supuesta actividad antioxidante, se emplean estudios
in vitro, que son menos concluyentes que los estudios clínicos sobre organismos vivos. Y es que, en palabras del doctor Claude Louis Leger, de la Universidad de Montpellier, “los estudios
in vitro registrados en la literatura determinan la acción de los compuestos fenólicos del vino a concentraciones muy superiores a las presentes en el plasma humano”. Por eso, es necesario conocer aún mejor la actividad metabólica de estas sustancias.
A pesar de ello, algunos expertos se muestran entusiasmados. Ramón Estruch opina que “por el momento, el vino debe considerarse como un alimento y han de prevalecer en su elaboración las cualidades organolépticas. No obstante, puede que en un futuro no muy lejano en la etiqueta de la botella figure también su composición polifenólica, de modo que el consumidor pueda tener en cuenta las propiedades medicinales a la hora de escoger una marca”.
Para saber más.
El vino y la mesa. José Juan De Blas Díaz Jiménez. Compañía Editorial Continental, 1980.
Wine Science. Principles, practice and perception.
Academic press, San Diego, 2000.
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