Cardenal pide dejar ídolos del poder y del dinero

Sara Pantoja La pérdida del empleo, el deterioro de la salud, los problemas familiares, una manda personal o la crisis económica que vive el país; uno de estos factores o todos juntos, llevaron este año a más peregrinos a visitar a la única a la que no le pierden la fe: la Virgen de Guadalupe. Al oficiar en la Basílica la misa por las festividades del 12 de diciembre, el cardenal Norberto Rivera Carrera llamó a los católicos a dejar los ídolos del poder y del dinero, cambiar de vida y alejarse de todo lo que mata y destruye. Aseguró que es necesario actuar con libertad y responsabilidad, hacer lo que corresponde a cada uno y "quitar de nuestro corazón toda cadena que nos esclaviza" como egoísmos, odios, envidias y deshonestidades. Durante la misa solemne, en la que también se llevó a cabo la "bendición de las rosas", el cardenal dijo que lo que Dios quiere es que las personas conquisten su verdadera libertad y que se aparten de la corrupción, injusticias, alcoholismo, drogadicción, asesinatos, violencia, secuestros, narcotráfico, prostitución y hedonismo. Más desmayados Las autoridades encargadas del operativo de atención a peregrinos observaron que "este año hay más desmayados" y notaron que los casos estaban relacionados con la desnutrición y "la pobreza del país". Con todo y eso, al mediodía del sábado dos grandes cazuelas de barro -como ordenaban las abuelas-, ya cocinaban kilos y kilos de arroz y mole directo de San Miguel Ameyalco. "Lleva almendras, pasas, clavo, pimienta, piñones, cacahuate, plátano macho, cebolla y muchos tipos de chile", recetó Ana Cecilia Cruz. Cada integrante del grupo que ofreció a la Virgen de Guadalupe la "Danza de los arrieros", se cooperó para la comida que más tarde regalaron a los fieles. A pocos metros de ahí, otros guadalupanos también ofrecían tacos de guisado. "Nada más fórmense por favor y hasta donde alcancen", trataba de organizar una mujer. Para esas horas y después de haber pasado la noche en la casa de la "señora y niña mía", cualquier alimento era bienvenido y si era gratis, mejor. El hambre era tan grande como su fe. Excesos y voluntad Afuera, los ambulantes subían los precios. Hubo quien dijo que les vendían un pollo rostizado a 300 pesos. Aunque no todos eran así, también había vecinos y ciudadanos voluntarios que como cada año, cocinaron para aquellos que les faltaban el último aliento antes de llegar al atrio. Tortas, tamales, tacos de varios guisados, naranjas en grandes costales les ofrecían a su paso. Para otros, el pago del milagro que les concedió la Virgen era más importante que comer. Apoyado del brazo de su amiga y con el gesto de dolor que partía el corazón a todo el que pasaba, Juan de Jesús Martínez hacía esfuerzos casi sobrehumanos para que las rodillas no le fallaran en el último tramo de su recorrido. "No sé desde dónde viene, yo nomás le estoy ayudando", explicó un joven que de verle la cara al otro, se ofreció a cambiarle los cartones en el piso para que protegieran su piel del asfalto ardiendo. "Vamos compañero, ya llegaste, ya hiciste lo más difícil", lo alentaba un trabajador de la delegación con megáfono mientras pedía abrirle paso. Y si de voluntades se trataba, la de un pequeño de no más de cinco años era admirable. Como el mayor de sus cinco hermanos, le tocó ser el apoyo de su padre al que también le ponía su chamarra a su paso. Por las gotas de sudor en su frente, parecía que la manda la pagaba el pequeño y no su progenitor. Espectáculo turístico La fe, además de montañas, ayer movió a turistas. Al atrio llegaron muchos visitantes extranjeros que entre tanto que había, no decidían a dónde dirigir sus cámaras de fotos y video. Misuzu, originaria de Japón, calificó el acto de fe como algo "interesante que no pasa en mi país". Sin quitar la vista de los "concheros", estaba fascinada por el movimiento de las plumas al ritmo de los tambores. Sorprendida por lo que parecía una guerra entre tum tum para ver a quién escuchaba mejor "la Morenita del Tepeyac". Una pareja de estadounidenses veían extasiados a los danzantes que llevaban en sus penachos cabezas de zorros, jaguares, águilas y cráneos humanos seguidos de grandes plumajes que se movían al ritmo de los cascabeles. Como esos, múltiples grupos, cada quien a su estilo y ritmo, le ofrecían sus pasos a la imagen que desde el jueves recibió a millones de fieles con la frase que en lo alto de la Basílica dice: "¿No estoy yo aquí que soy tu madre?".