NOTICIAS RECIENTES - INFOALCOHOL
Albergues para indigentes
16/11/2009
Eva Bodenstedt
El GDF ayuda a las personas de la calle a mitigar los estragos de la temporada invernal y reparte cobijas y ropa en distintas delegaciones.

El GDF ayuda a las personas de la calle a mitigar los estragos de la temporada invernal y reparte cobijas y ropa en distintas delegaciones. A partir de las últimas semanas, como fantasmas con chalecos fosforescentes de la Institución de Asistencia e Integración Social de la SSA (Iasis), las brigadas invernales del GDF recorren los 300 puntos donde se reúnen los indigentes en mayor número, como canales de ríos, mercados, bajo puentes y en estaciones del Metro, sobre todo en las delegaciones Cuauhtémoc, Benito Juárez, Gustavo A. Madero e Iztapalapa, así como en Garibaldi, Reforma y el Panteón de San Fernando. "Si hace mucho frío como en las últimas noches, aceptan subir a la camioneta e irse a un albergue, de lo contrario, les damos una cobija y las buenas noches", dice Jorge Aguilera Cercado, uno de los trabajadores que en este "programa social emergente" se mueve como todos sus compañeros para recolectar ropa, zapatos, láminas, cobertores, en fin, todo lo utilizable para aquellos cuyos escasos recursos los inclinan a vivir en condiciones que el frío y la lluvia no perdonan. Quienes aceptan subir a la camioneta, según sus problemas, edades y condiciones, son llevados a alguno de los 10 albergues con los que cuenta el GDF para indigentes con y sin problemas mentales, de adicciones, maltrato, alcoholismo, etc. Las estadísticas varían cada año, en su mayoría tienen entre 19 y 29 años y de ahí va en descenso. De 2 mil 759 indigentes censados y entrevistados el año pasado, 81 por ciento eran hombres y 19 mujeres; 274 tenían entre 60 y 79 años, 30 estaban en sus ochenta y siete llegaban casi a 100. Además, 56por ciento proviene de los estados, como Félix Cruz Alvarado, entrevistado en el albergue de Coruña, en Iztapalapa, donde 142 indigentes con problemas mentales no alarmantes se pasean por los espacios limpios y nuevos que se han convertido en su hogar. Él fue encontrado hace muchos años, cuando estaba chavito, en una calle del Centro para ser llevado al albergue de Azcapozalco, donde viven niñas y niños de 4 a 13 años con problemas de maltrato infantil, desintegración familiar, abuso sexual, extravío, abandono, extrema pobreza y orfandad total o parcial. Pero de ahí se fugó para comenzar a trabajar "acarreando puestos al Registro Civil de los Arcos de Belén con una señora que me compraba comida", dice al aceptar sentarse a platicar su historia. Al ingresar al albergue el primer impacto visual provoca la necesidad de un forzoso distanciamiento en las oficinas del director, desde donde a través de la ventana se presencia cómo cada uno de ellos, en sillas de ruedas, descalzos, calzados, viejos, jóvenes se platican una historia a sí mismos con la voz, las manos, la mirada proyectada en aquello que inventa su realidad. Con una ternura y necesidad de amor sobrecogedor Félix recuerda que se vino caminando "desde donde nací, Zacatlán de las Manzanas, porque vi que mi familia no quería saber nada de mi, estaba algo chiquillo, mi papá bebía, mí mamá también y cuando llegaba de la escuela me daban con el cinto o con un cable. Un día escuché hablar a los dos que ya no me querían ver y me dije a mí mismo pues qué ando haciendo ahí y me llevé mi mochila y mi discman y escuchando a los Tigres del Norte, Camelia la texana, llegué hasta aquí por la carretera. La primera vez me quedé en una coladera, se siente horrible, en el Centro de la ciudad, yo fui el primerito que llegué, ya luego llegaron otros y pum, se siente escalofrío, hay ratas y cucarachas. Yo era el que tenía la llave de ahí, nadie más, la llave todavía la tengo, la escondo debajo de la tierra. Comía del dinero que sacaba de las coladeras, llenaba mis bolsillos, los traía llenos de billetes hasta que me llevaron". La voz de Félix está llena de ternura y cuando platica que "ya no quisiera estar vivo", del otro lado de la ventana aparece un Santo, primero con una máscara y cuando Félix menciona que "me quise quitar muchas veces la vida y nada, no funcionó", Juanito, chico con problemas de Síndrome de Down, aparece con una segunda máscara del Santo, ésta roja. "Un día allá en mi pueblo tomé una pistola, le puse una bala, la preparé y me la puse en mi cabeza (Félix imita la pistola con su mano en la sien), y la jalé y no tronó, lo intenté como ocho veces, y no y no y no". No te toca, algo tienes que hacer aquí, le digo para enseguida escuchar "¿pero qué me toca? Yo ya no quisiera estar vivo, sino allá abajo". Del otro lado de la ventana un hombre viejo busca a su abuelita, pregunta si está ahí, que la ha visto caminar por la banqueta. "Un porcentaje importante tiene conciencia de lo que le pasó, otros no saben nada de su familia, no se pueden encontrar, los han abandonado", comenta el director Guadalupe Campos desde el cuarto de mando donde en cinco turnos, día, noche, fines de semana y días festivos laboran 139 personas para que los abandonados por la razón y sus familias tengan qué comer, ropa limpia, cuerpos aseados, camas hechas, atención médica, talleres de creación literaria, danza, textil, teatro, guitarra y en fin, actividades para el eterno tiempo libre que permite la esquizofrenia y los retrasos mentales moderados que la mayoría sufre en este centro, que junto con los otros 9 albergues que fueron naciendo dentro del Programa de Atención a personas con problemas mentales e indigentes en Legaria, Distrito Federal, hace 52 años, consumen una cantidad de dinero cercana a los 180 millones de pesos anuales. Eva Bodenstedt

Fuente: Milenio Diario    
Categoría: PROGRAMAS DE PREVENCION    





Realiza una búsqueda


Realiza tu búsqueda por año
2021
2020
2019
2018
2017
2016
2015
2014
2013
2012
 
Categorías
Alcohol en general
Legislación
Medicas e investigación
Tipo de producto
Temas relacionados con la industria