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Retrato de poeta con ciudad
19/09/2009
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Aprincipios de los años 40 la ciudad de México ya era la capital de la cuba. En esta amada y odiada metrópoli, el trago amargo de la Segunda Guerra Mundial fue, también, un trago de ron y Coca-Cola. Basta cotejar la historia de Bacardi & Co. con las crónicas, poemas y relatos de los escritores de entonces para entender que la fe en el presente que en esos años imperaba estaba siendo macerada con caña y azúcar. Una generación de bebedores de whisky jamás hubiera producido a Juan O'Gorman.

Aprincipios de los años 40 la ciudad de México ya era la capital de la cuba. En esta amada y odiada metrópoli, el trago amargo de la Segunda Guerra Mundial fue, también, un trago de ron y Coca-Cola. Con dos hielos por favor. Y, como suele pasar con las primeras borracheras de juventud, no hubo gran cruda: la década de los 40 fue de gran crecimiento y vigor urbanos.

Basta cotejar la historia de Bacardi & Co. con las crónicas, poemas y relatos de los escritores de entonces para entender que la fe en el presente que en esos años imperaba estaba siendo macerada con caña y azúcar. Una generación de bebedores de whisky jamás hubiera producido a Juan O'Gorman.

Fueron días de optimismo, solidaridad y causas compartidas. Días en los que no importaba que te expulsaran del Partido Comunista porque rápidamente te reagrupabas en la célula de la amistad o construías tu propia trinchera: batallas sobraban. El fascismo y la neoburguesía eran los grandes adversarios de los escritores militantes de la hora. A una de esas batallas podríamos llamarla la "guerra contra el sandwich", es decir contra la influencia estadounidense. Nuevos usos y costumbres se imponías, y aunque a la larga la penetración sería total, al principio hubo dignas resistencias: "Las tortas compuestas se siguen riendo con sus dos buces a mandíbula batiente, sacándoles la lengua a los sandwiches", escribiría Salvador Novo. En ese contexto destaca un poeta treintañero de nombre Efraín Huerta, y un libro suyo, publicado en 1944, titulado Los hombres del alba.

La ciudad de entonces era un personaje intensísimo y complejo, pero un personaje al fin y al cabo, no un rumor de fondo. Todavía no era una amenaza deshumanizante aunque ya había dejado de ser una aspiración de modernidad. Era un puro apogeo, una realidad erizada de contradicciones e inscrita en un presente conquistado: tal vez el premio de consolación que nos dimos por nuestra sangrienta y generalmente desastrosa Revolución. El papel del escritor, inscrito en esa realidad punzante, era de urgencia y compromiso. Hoy, a 65 años de publicación de ese libro central de nuestra poesía, celebramos que Los hombres del alba haya sobrevivido a ambos: tanto a la urgencia como al compromiso.

No conozco a ningún habitante de esta ciudad que, amándola, no la odie también con igual intensidad. Y no conozco a nadie que, odiándola, no la ame (o sí, de estos últimos puede que haya un puñado). Ese oxímoron sentimental está cifrado espléndidamente en dos poemas del libro de Huerta. Ya saben cuáles: la "Declaración de odio" y la "Declaración de amor" a la ciudad de México. Baste un verso del primero para entrar en materia: "Te declaramos nuestro odio, magnífica ciudad". Aunque, en versos anteriores, la ciudad ha sido acompañada con adjetivos más bien duros ("negra", "dolorosa", "sarcástica", "colérica", "mansa", "cruel", "sencillamente tibia"), a la hora de la declaración oficial de odio el adjetivo es "magnífica". Parecería que Huerta hace uso de una hipérbole para mejor odiar a la ciudad, pero no: cree de verdad que es magnífica, pero -o tal vez por eso mismo- le declara su odio. Es un odio vivido y sentido en las entrañas, un odio fatigado por los zapatos fieles del paseante, un odio pasional: odio de amante. No puede no desearla mientras la increpa, y mucho menos puede abandonarla. El poeta ha sido hechizado por la urbe. Escuchemos: Te declaramos nuestro odio perfeccionado a fuerza de sentirte cada día más inmensa, cada hora más blanda, cada línea más brusca.

Y si te odiamos, linda, primorosa ciudad sin esqueleto, no lo hacemos por chiste refinado, nunca por neurastenia, sino por tu candor de virgen desvestida...

Nadie como Efraín Huerta caminó esas calles, bebió en esos bares, conspiró en esos cafés, se enamoró en esas esquinas. Sus cartas credenciales para una declaración de odio a la ciudad de México son intachables. Y además está la técnica poética, suelta y ambiciosa como la propia ciudad, de largos versos como avenidas donde atruena la vida, con acentos que saben adaptarse a una velocidad hipnótica y constante.

Curiosamente, y no sé si alguien lo haya estudiado ya, en la "Declaración de amor" los versos se acortan y la mancha de la tinta se aligera. ¿Acaso se odia con profusión y se ama con economía Lo cierto es que hay más cintura en el segundo poema.

Ciudad que lloras, mía, maternal, dolorosa, bella como camelia y triste como lágrima... El odio y el amor por la ciudad parecen convivir naturalmente en el corazón de los chilangos. Recordemos al poeta que encontró las palabras justas nos negó dos oraciones laicas, dos poemas, para atravesar nuestros días de tráfico y tormentas.

Fuente: La Razón de México    
Categoría: TIPOS DE PRODUCTO    





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