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El tiempo en Mad Men
30/08/2009
Sergio González
Los espacios en los que sucede la acción definen el relato: la oficina y el hogar. Una vez situada la dinámica de fluidez entre ambos polos, el drama acontece. Tal es el caso de la estupenda serie de televisión Mad Men creada por Matthew Weiner, que comenzó a difundirse dos años atrás en medio de un reconocimiento creciente, y que se centra en las vicisitudes de un alto ejecutivo de una agencia p...

Los espacios en los que sucede la acción definen el relato: la oficina y el hogar. Una vez situada la dinámica de fluidez entre ambos polos, el drama acontece. Tal es el caso de la estupenda serie de televisión Mad Men creada por Matthew Weiner, que comenzó a difundirse dos años atrás en medio de un reconocimiento creciente, y que se centra en las vicisitudes de un alto ejecutivo de una agencia publicitaria de Nueva York a partir de 1960. El espíritu de los tiempos en la confluencia del humo del tabaco y el licor

Mad Men (los hombres locos de Madison, la avenida de hts oficinas de publicidad) se refiere a quienes diseñaron la esfera del consumo durante la posguerra y el auge de la mercancía; los depredadores de las aspiraciones y el deseo de una generación entregada a la Guerra Fria el despegue de la industria aeroespacial, la vida urbana los automóviles y el triunfalismo capitalista Más que un estudio de costumbres, Mad Men ofrece un registro de experiencias en el forcejeo entre la tradición y las transformaciones vertiginosas que se desatan desde aquellos años.

Los espacios en los que sucede la acción definen el relato: la oficina y el hogar. Una vez situada la dinámica de fluidez entre ambos polos, el drama acontece. Tal es el caso de la estupenda serie de televisión Mad Men creada por Matthew Weiner, que comenzó a difundirse dos años atrás en medio de un reconocimiento creciente, y que se centra en las vicisitudes de un alto ejecutivo de una agencia publicitaria de Nueva York a partir de 1960. El espíritu de los tiempos en la confluencia del humo del tabaco y el licor.

Mad Men (los hombres locos de Madison, la avenida de las oficinas de publicidad) se refiere a quienes diseñaron la esfera del consumo durante la posguerra y el auge de la mercancía: los depredadores de las aspiraciones y el deseo de una generación entregada a la Guerra Fría, el despegue de la industria aeroespacial, la vida urbana, los automóviles y el triunfalismo capitalista. Más que un estudio de costumbres, Mad Men ofrece un registro de experiencias en el forcejeo entre la tradición y las transformaciones vertiginosas que se desatan desde aquellos años.

Bajo el emplazamiento retro, que por la fuerza de las contradicciones expuestas decepciona la nostalgia afirmativa para realzar un efecto irónico y a veces amargo, cada capítulo de Mad Men presenta un cruce de historias que reflejan la complejidad de la trama urbana, sus conductas, usos y valores, donde ocupan un papel decisivo las tensiones de género, la supremacía masculina, el despertar del protagonismo de las mujeres, las jerarquías, el poder del gran capital, la lucha por la supervivencia. El escenario de la moral y la potencia del cinismo: competir es vivir.

Las historias de Mad Men refieren el glamour y el hedonismo: personajes entregados al fomento de la riqueza, el gasto, la doble moral y el sexo. Todo en medio de una actitud pragmática que desafía los límites convencionales en nombre del mayor beneficio íntimo. Quizás el éxito de la serie tiene que ver en buena parte con este desplazamiento simbólico al pasado de un impulso depredador que hoy por hoy no sólo se ha ahondado, sino que forma parte de la ideología posliberal y su juego de hipocresías.

Brandon Hookway consignó en su revelador ensayo Pandemonium (1999) que a finales de los 50 el Quickborner Team für Planung und Organisation de Hamburgo creó el paisaje oficinesco que produjo un cambio fundamental en el diseño del ambiente de las oficinas a partir de ensamblar las necesidades de la abstracción organizacional con los criterios burocráticos. Una formación pura del espacio bajo el proyecto de liberar los flujos de la información del capital con el fin de modificar los lugares en zonas de homogeneidad y de maleabilidad integral. Esto disolvía los muros tradicionales de los edificios de oficinas con sus miríadas de pequeñas oficinas privadas y pasillos centrales, a la vez que favorecía los espacios abiertos y vastos con múltiples estaciones de trabajo. Espacios flexibles cruzados por nodos intercambiables. La narrativa de Mad Men reproduce como una aportación sutil este tipo de giro cultural que le da sello a una época en el ámbito del trabajo.

La vida en los suburbios que retrató Richard Yates en su ya clásica novela Revolutionary Road (1961) reaparece en Mad Men con un punto de vista que no sólo impone los contrastes de la mujer en su encierro doméstico, sino que expresa la vacuidad del hombre sujeto a las rutinas cotidianas y el reino familiar. Del conformismo de los años 50 al ímpetu rupturista de la década de los 60, la serie televisiva capta el nuevo perfil de las personas que verán el ascenso de la mujer y las minorías raciales, el cambio mental que antecede el arribo de la revolución tecnológica en la vida cotidiana del último tercio del siglo 20.

En su ensayo excepcional sobre la deconstrucción de la arquitectura doméstica de los suburbios estadounidenses, Planning Asaults (1987), Lars Lerup describe la economía de aquel espacio: el garage es más grande que la sala, la recámara del niño más grande que la de la niña, las camas se ensanchan con la edad y el estatus, el baño de los padres es mayor que el familiar, y el motor de la economía está en el trabajo distante del padre, así como las tareas de la esposa son embellecer(se), comprar y nutrir. Así, crece una narrativa de la obstrucción, de las insatisfacciones profundas.

Desde la secuencia del reparto que evoca el estilo cosmopolita, moderno, aerodinámico, proclive a la moda y lo chic de los rascacielos y la imagen corporativa que cautivó a Alfred Hitchcock, se comprende el enfoque del creador de Mad Men: homenajear el último instante de la cultura urbana moderna que admitió el egoísmo a ultranza como fin y principio de las cosas. A su vez, semejante confianza debió contar con un reverso inconfeso, lo mismo para el individuo que para la sociedad: el dolor ajeno, el engaño, la ganancia. Todo interrelacionado con los afectos irrenunciables en un trasfondo que admite la música popular, el expresionismo abstracto, los tuxedos, los ligueros, los cohetes y las aletas de los automóviles. Como en una secuencia de antología en la que el protagonista explica las virtudes del proyector Kodak de diapositivas automáticas: "Hay un vínculo más profundo para un producto, se llama nostalgia. Es delicado, pero potente. Mucho más poderoso que la memoria sola. Una nave espacial, una máquina del tiempo. Va hacia atrás y hacia delante, y nos permite viajar como viaja un niño al lugar donde sabemos que nos quieren". El carrusel del tiempo, la tierra del nunca jamás.

Fuente: Reforma    
Categoría: MERCADO ILEGAL DE LAS BEBIDAS CON ALCOHOL    





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