NOTICIAS RECIENTES - INFOALCOHOL
Saltillo se ahoga en alcohol.
01/08/2011
Cesar Gaytán
Es el néctar de los dioses, pero se ha convertido en el veneno por el que familias pierden hijos, trabajadores piernas y profesionistas su empleo.

Saltillo, Coahuila. Isabel nunca consumió alcohol, pero murió por causas relacionadas a esa adicción, la misma que a Héctor lo dejó sin una pierna y a Pancho sin trabajo. Son saltillenses que unas “botellas” de más los convirtieron en un número en las cifras de la Cruz Roja, o peor aún, nombres escritos en lápidas blancas del panteón.

En la Cruz Roja ya no es novedad, el 85 por ciento de los accidentes en Saltillo están relacionados con el alcoholismo, pues la mayoría pasan por sus camillas, en muchas de las veces también por las del Servicio Médico Forense. En poco menos de la mitad, las víctimas ni siquiera habían consumido bebidas embriagantes.

Los fines de semana también las salas del IMSS en Coahuila se abarrotan. Declara la autoridad que el 60 por ciento de los casos que llegan a urgencias se trata de personas con problemas de adicción al alcohol, por lo que los médicos no se dan abasto.

Y la edad tampoco es pretexto. Muchos de quienes llegan a las salas de urgencias son jóvenes de entre 12 y 20 años, algunos heridos en riñas callejeras, otros apenas conscientes y algunos, duele decirlo, ya sin vida.

Pero los números parecen no significar nada, incluso cuando estos desenlaces se pudieron evitar, de no estar cayendo cientos de saltillenses en lo que la Organización Mundial de la Salud declara como una enfermedad crónica: el alcoholismo.

Aunque no todo es desesperanza. Existen asociaciones humanitarias como Alcohólicos Anónimos, que desde hace 76 años ayudan en México a quienes deseen realmente dejar esta adicción.

Esta luz al final del túnel lleva ya 40 años en Saltillo, en donde actualmente se rehabilitan aproximadamente 380 personas, la mayoría varones.

El mensaje es claro: hay una salida de esta enfermedad, una respuesta al sufrimiento, que requiere hasta el último aliento y toda la fuerza de voluntad posible, y donde el primer paso es aceptarlo.

Y es que el alcohol, después de todo, no perdona, y en esta batalla donde las víctimas se cuentan por decenas, pareciera que el abuso en la ingesta de bebidas embriagantes lleva ventaja. Las siguientes son historias que dan fe de cómo una copa de más, puede cambiar por completo una vida, o terminar con ella.

“Pensé que iba a quedar en coma”

14 de agosto de 2009

1: 45 horas

Subió al carro y pisó el acelerador. Al bajar la ventanilla, el viento le pegaba en la cara y sentía como si volara. El motor del Tsuru 92 rugía como si fuera una bestia indomable, y Héctor no sabía que en eso estaba por convertirse, y que le costaría caro. Había bebido, sí, pero según quienes lo acompañaron en la fiesta, dijeron que era poquito. Nomás una cerveza; nomás un tequila; una copita de “esto” y de “aquello”, y al final, ni se acordaba qué tanto. Varios de los asistentes a la fiesta, entre ellos algunos amigos, le insistieron en que estaba muy mal como para irse solo.

No hizo caso. Él contestaba refunfuñando, daba manotazos y golpes al aire, y gritaba palabras indescifrables que por su tono -le dijeron después- parecían insultos.

Héctor era alcohólico desde hacía varios años, y como la mayoría, según instituciones de autoayuda como Alcohólicos Anónimos, no reconocía que tenía un problema con la bebida. En su regreso a casa, las luces de las lámparas de aquel viernes por la noche se le confundían con las estrellas, y todo parecía moverse. Un segundo de distracción le bastó para querer contemplarlas, cuando, sin saber cómo, su auto se convirtió en una criatura sin control.

No recuerda si dormitó, pero de un momento a otro el auto derrapaba y por más esfuerzo que hizo con el volante, el último sonido que escuchó fue el rechinar de llantas.

En medio de aquel ajetreo, recuerda haber visto el reloj del auto. Eran las dos de la mañana, y después, todo se oscureció.

2:30 horas

En su casa, Mariana, su esposa, apenas conciliaba el sueño. Ya estaba acostumbrada a que Héctor llegara en la madrugada cada fin de semana, borracho, y aunque planeaba esperarlo despierta, se rindió ante la costumbre y el cansancio.

Esa noche fue diferente. Dice, con una voz que se quiebra sin poder completar muy bien la frase, que tuvo un presentimiento, una sensación de llorar. “Me dio un dolor en el pecho, como si algo me estuviera diciendo que me preocupara por mi esposo”.

Pero no había modo de contactarlo. Siempre que salía de parranda, Héctor apagaba el celular. Serían las tres de la mañana cuando sonó el teléfono. Mariana escuchó por el auricular la voz de un hombre que dijo llamarse Jesús Valdés y ser oficial de transito. “Me preguntó si conocía a Héctor. Le respondí que era mi esposo. Hubo un silencio prolongado, y entonces me dijo que había tenido un accidente muy grave, y que tenía que ir a verlo”, cuenta Mariana.

3:15 horas

Llegó al hospital en taxi. Llevaba aún puesta su ropa de dormir. Todavía no le decían con certeza lo que había pasado, pero advertía lo peor. Si Mariana hubiera visto la escena posterior al choque, se habría desmayado, pues los restos del carro impactado contra un muro de contención parecían recién salidos de una película de acción.

Había dejado a su hijo de nueve años, Rodrigo, dormido en casa. Prefirió no despertarlo. En alguno de aquellos minutos fugaces pensó llamar a un familiar para que lo cuidara y le explicara por la mañana que sus papás salieron, pero no le dio tiempo.

Todavía pensaba en su niño cuando Mariana llegó a urgencias. Les dio el nombre completo de Héctor y les dijo que era su esposa. Intentó pasar, pero la recepcionista le dijo que lo estaban atendiendo y le negaron el paso. “Tengo que verlo”, gritaba desesperada, “soy su esposa”. La calmaron un poco diciendo que un médico vendría en seguida para explicar la situación.

Héctor, inconsciente, acababa de formar parte del 60% de casos que se atienden semanalmente a causa el alcohol en el IMSS, y que, aseguró el Delegado Estatal, José Luis Dávila Flores.

4:30 horas

Más de una hora de angustia le hizo parecer a Mariana que los minutos se congelaban. Aquel médico que le explicaría todo nunca llegó y fue entonces que comenzó a sacar sus propias conclusiones. “Yo sentía que los doctores me veían, pero no me querían decir cómo estaba. Hasta llegué a pensar que había muerto, pero no sabían si decirme o no, porque yo estaba muy alterada”, platica al tiempo que su respiración se agita, como si reviviera la situación.

En varias ocasiones, más de cinco, le preguntó a la recepcionista si el nombre estaba bien, si la descripción concordaba con Héctor, si no se habían equivocado.

Finalmente, un hombre de bata blanca la enfrentó. De acuerdo con la versión del médico, Héctor conducía en estado de ebriedad a gran velocidad. Lo más probable es que comenzara a cabecear y no pudo reaccionar a tiempo para evitar una curva, por lo que se estrelló contra un muro. Cuando el hombre dijo: “sobrevivió”, Mariana creyó que sólo tendría que esperar a que se recuperara y saliera del hospital, pero no. “Por el momento se encuentra estable, pero vamos a tener que amputarle una pierna”. Ella se quedó callada, mirando al hombre, pero sin verlo.

6:00 horas

Mariana seguía sin ver a su esposo. Ya había firmando algunos documentos que respaldaban la decisión de amputar la extremidad que los fierros retorcidos del auto habían prensado. Volvió a pensar en su hijo, ¿Qué haría con él? Llamó a su hermana Leticia para explicarle la situación y le pidió que fuera a cuidar a su hijo al menos hasta el medio día. Después, su mente fue hacia su esposo, esperaba despertar súbitamente de aquella pesadilla.

“Quería verlo salir por la puerta, diciéndome que no era nada y que estaba bien. Que nomás era un rasguño. Que ya no volvería a tomar de nuevo”, pensó la mujer en medio de sus rezos. Dos horas más se escaparon bordeando sus plegarias.

8:00 horas

El mismo hombre de bata blanca y barba cerrada que la atendió al principio salió de nuevo y se dirigió a ella. La operación de Héctor, le dijo, salió bien. Sólo había que esperar a que despertara. Una lágrima solitaria se escapó. Después muchas más. No pudo evitar sonreír al saber que su esposo, tras haber estado al borde de la muerte, ya sólo tenía que descansar. “Muchas gracias”, le dijo al doctor. Sin más, aunque con el vertiginoso río de emociones, fue a su casa para bañarse y regresar al hospital a visitarlo.

Destellos de esperanza

Héctor abrió los ojos tres días después. Confundido por la anestesia y los medicamentos, miró la lámpara en el techo, escuchó algunas voces en la televisión, y cuando giró la cabeza, vio a su esposa, llorando, feliz de que despertara. Confundido, no sabía muy bien qué había pasado. Luego de unos segundos de lucidez, volvió a dormir.

Aunque al principio fue reconfortante saber que había salido vivo, su esposa temía que ya no volviera a despertar. “Había momentos en que creía que iba a caer en coma, o que simplemente no iba a responder. Tenía mucho miedo”. Héctor volvió a abrir los ojos otra vez unas horas más tarde, a las 16:26. Está vez ya estaba presente también su hijo.

Entender lo que sucedió no fue fácil. Al principio se negaba a creerlo. “Se hacía el fuerte”, dice Mariana. Se quedaba sentado o acostado sin decir nada. Se veía la pierna y a veces lloraba, o le daba golpes al colchón. Después no quería usar muletas. “¡Cómo voy a usar eso yo!”, decía “Yo estoy bien”. Su hijo y esposa lo convencieron de que era por su bien.

Pero su pierna no fue lo único que perdió. Además del auto lo corrieron de la empresa donde trabajaba. Su esposa tuvo que conseguir un empleo más para sostener el hogar. Además de secretaria, comenzó a dar clases de manualidades en una escuela primaria.

Otra oportunidad

Hoy, Héctor se dedica a la carpintería. Aprendió que no todas las oportunidades están perdidas, siempre y cuando haya voluntad de salir adelante. Confiar en grupos como Alcohólicos Anónimos fue un reto más que tuvo que superar, pero dice que ello, junto con la fe que puso en Dios, lo mantienen sobrio y vivo.

“Perder la pierna fue como una llamada de atención de que mi vida la estaba desperdiciando en cosas que no valían la pena”, dice Héctor. “Quizá si no me hubiera pasado eso, no habría hecho caso, e incluso estuviera muerto”.

Isabel ni siquiera tomaba

Hasta hace cuatro meses se llamaba Isabel, tenía 19 años y estudiaba diseño gráfico en Saltillo. Ella no tomaba ni fumaba. Su familia y algunos amigos dicen que no le gustaba, y sin embargo, murió por culpa del alcohol.

Ahora su nombre esta grabado en mármol sobre una lapida en el panteón Santo Cristo, tendrá por siempre 19 años, y su recuerdo, dice su padre, jamás se irá.

Su caso, seguramente, podrá sonar conocido, y no es que se haya hecho famoso ni nada, pero de acuerdo con el oficial de tránsito Felipe Leija, es una de las cuestiones que se da con mayor frecuencia. Isabel regresaba de una fiesta en Monterrey con su novio Gerardo. Sus padres le dieron permiso de llegar a las tres y ya eran las dos con treinta. Al contrario de ella, su pareja se alcoholizaba prácticamente cada fin de semana en compañía de sus amigos.

Según sus papás, ella supo que no estaba del todo bien como para conducir, por lo que le pidió mejor esperar. Gerardo, comentan los padres de Isabel, la convenció de que había manejado muchas veces así y que no pasaría nada.

“Isa lo quería mucho y confiaba mucho en él”, pronuncia su madre. “Hubiera hecho lo que le dijera”.

No hay quien pueda asegurar cómo fue el trayecto, hasta que casi en la entrada de Saltillo, a punto de finalizar Ramos Arizpe, había un camión detenido. Según el informe del Ministerio Público, el auto avanzaba a más de 120 kilómetros por hora cuando le se incrustó debajo.

La fuerza del impacto ocasionó que ambos murieran. Isabel no tuvo culpa alguna, dicen sus padres, quienes atribuyen la responsabilidad al jovencito de 20 años que la acompañaba. Sin embargo, dicen que no le guardan rencor, pues hacerlo no les devolverá a su hija. Quieren dejar en claro un cosa: “Uno no está a salvo de los peligros del alcohol sólo por no beber. Dañas a tus amigos y principalmente a tu familia”.

El señor y la señora G., como pidieron ser identificados, conocen muy bien el dolor que produce perder a un hijo, por lo que en vista de lo sucedido, se han puesto en contacto con grupos de ayuda a jóvenes, impartiendo pláticas y cursos. Y es que cada vez son más los jóvenes que a temprana edad se acercan a esta adicción. “Según lo que hemos visto, hay jóvenes de entre 12 y 20 años; aunque hay casos críticos de muchachitas y muchachitos que llegan alcoholizados o incluso drogados, de nueve o diez años”, dice el matrimonio.

No son cifras aisladas. El Delegado Estatal del IMSS en Coahuila, José Luis Dávila Flores, asegura que del 60% de casos por alcoholismo que llegan cada fin de semana, más de la mitad son protagonizadas por jóvenes de entre 12 y 20 años.

Una de las razones que mencionó el funcionario es el abandono parcial o total en que se encuentran los hijos, así como la falta de responsabilidad de los padres por entablar comunicación con ellos.

Todo esto lo saben bien los padres de Isabel. Ese fue el único motivo para compartir su historia, más allá de cualquier grito desesperado. “Lo que le pasó a nuestra hija no es el único caso. Como nosotros hay mucho padres, tíos, hermanos, amigos, que quisieran de vuelta a sus seres queridos. Pero si no ayudamos entre todos, no es algo que se pueda resolver”, sentencia la madre, mientras observa sobre un estante de madera la foto de su hija Isabel.

“Sentí que estaba solo”

Pancho intentó subir las escaleras para entrar a su trabajo, pero no pudo. Las miró algunos minutos. Las personas que pasaban por un lado caminaban de largo sin detenerse a ayudarlo. Sintió que estaba solo, regresó a casa y llamó a su oficina para renunciar. Cuando le preguntaron el motivo, dijo: “Es que no puedo subir las escaleras en silla de ruedas”, y colgó.

Le diagnosticaron diabetes en noviembre de 2009. Los primeros dos meses no le prestó atención, pues pensó que harían falta años para que se presentara el primer síntoma. Le dijeron que si no se atendía rápido, las consecuencias podrían ser mortales.

Tiempo más tarde, en julio del 2010, le estaban amputando la pierna izquierda. La diabetes se había extendido, y si no lo hacían, le indicaron los médicos, podría morir.

Y es que esta enfermedad, asegura la organización de Alcohólicos Anónimos, puede avanzar de manera drástica si se consume alcohol desmedidamente. “Muchos de los casos que llegan a los grupos son por este motivo”, comenta uno de los organizadores regionales en Coahuila.

Pero Pancho, hecha la cirugía, continuó con el mismo estilo de vida. Pensó que con una pierna amputada la enfermedad se detendría. Un mes y medio después, a mitad de agosto, fue sometido a una nueva cirugía, esta vez para amputarle la pierna derecha.

Muchas veces escuchó el discurso de que si continuaba tomando podría arruinar su vida y a quienes lo rodeaban. Jamás prestó atención. Vivía solo en Saltillo desde los 14 años. Sus padres fallecieron recientemente, lo que incremento su alcoholismo. Tampoco tenía pareja o hijos.

Por otra parte, si bien tenía un trabajo como contador en un despacho, solía faltar, dice, “de vez en cuando. Casi siempre era los lunes, a veces los viernes”, comenta.

No lo sabía entonces, pero tiempo después un miembro de Alcohólicos Anónimos le dijo que cerca del 15 por ciento del ausentismo laboral es provocado por esa adicción.

Sin embargo, todos esos números significaban nada para Pancho. Lo que a él le dolía era sentirse solo, como el día que no pudo subir las escaleras para llegar a su trabajo.

“Me sentía impotente, me sentía inútil. Incluso lloré porque me costaba mucho entrar a mi casa”, dice. Cuenta que una enfermera lo ayudó a entrar cuando recién salió de la operación, pero de ahí en adelante, era él contra el mundo.

Con la práctica se fue habituando al manejo de la silla y a trasladarse por la ciudad, aunque todavía se le dificulta un poco. Precoz inicio.

Platica que al verse sin una autoridad paterna que le dijera lo que estaba bien o mal, se dio a la bebida con jóvenes de su misma edad. Cada viernes iban a casa del “Pelos”, y ahí se ponían hasta atrás. “A veces nos amanecía, o durábamos dos o tres días en su casa, como era el mayor, vivía solo”.

- ¿A qué edad comenzaste a tomar?

- “Estaba yo chavo. Unos 15, cuando llegué aquí dizque para estudiar”, respondió.

Entonces no pensaba en las consecuencias. De alguna manera se las ingenió para terminar la secundaria, preparatoria y hacerse de una carrera. Pero en el punto cuando Pancho se veía al espejo, sin piernas, era cuando sentía el verdadero peso de sus actos.

Desde septiembre de 2010 asiste a un grupo de AA. Al principio no quería, pero un amigo suyo entró primero, fue quien lo convenció de que valía la pena, y sin tener nada que perder, accedió.

El programa de los doce pasos “nunca falla”, dice. No sólo le ha devuelto la confianza en sí mismo, sino que lleva ya un año sin tomar, desde que le cortaron la pierna derecha, hasta hoy en día.

Su vida ha mejorado, dice, y eso es todo lo que puede relatar sobre su experiencia. “Antes era una porquería, todo yo era una porquería. Y hoy, aunque puede parecer lo contrario, soy más feliz”.

Números de resaca

En 2010, un encuesta del Consejo Nacional Contra las Adicciones (Conadic) reveló que el alcoholismo en México, América Latina y el Caribe presenta los mayores índices de consumo en el mundo, con 4.5% del total de la población.

Según Alcohólicos Anónimos, cada año se suman al alcoholismo 1,7 millones de personas en México, y de acuerdo con autoridades judiciales a nivel federal, en 2010, 36 por ciento de los delitos y 57 por ciento de los suicidios en el país estuvieron estrechamente relacionados con las bebidas embriagantes.

Cerca del 15 por ciento del ausentismo laboral es provocado por esa adicción y en el 15 por ciento de los casos de los niños maltratados, el padre o la madre son bebedores excesivos.

En 2010, la Secretaría de Salud afirmó que el 77 por ciento de la población mayor de 18 años de edad ingiere bebidas alcohólicas.

22 muertes se registran en México por cirrosis hepática, es decir, el índice más alto en el mundo por cada 100 mil habitantes.

De acuerdo con el Consejo Nacional Contra las Adicciones, el alcohol está directamente relacionado con cinco de las 10 causas de mortalidad general en el país.

Aunque no se lleva una estadística fija, se estima que en Saltillo

hay entre 360 y 400 miembros en los grupos para ayuda contra esta adicción. De ellos, comentó María, también parte de AA, la mayoría son varones.

Las encuestas nacionales establecen que el alcoholismo alcanzó a las mujeres, una de cada 100 sufre la adicción, y hasta el momento hay registradas 280 mil con este problema. En

Coahuila, sin embargo, son pocas. Una miembro activa de AA relata que en Saltillo son alrededor de 25, quizá por el tabú de decirlo abiertamente.

A pesar de que a la fecha existen en Saltillo 35 grupos, y 70 en

todo Coahuila (sin contar la Laguna), las cifras de muertes, pérdidas de miembros, familias y amigos sigue aumentando, el alcohol continúa ganando la batalla

Fuente: Vanguardia    
Categoría: RIESGOS ASOCIADOS AL EXCESO EN EL CONSUMO    





Realiza una búsqueda


Realiza tu búsqueda por año
2024
2021
2020
2019
2018
2017
2016
2015
2014
2013
 
Categorías
Alcohol en general
Legislación
Medicas e investigación
Tipo de producto
Temas relacionados con la industria