Están prohibidas porque son malas para la salud, supongo. Ahora bien, el consumo de sustancias nocivas es un asunto perfectamente personal, una decisión soberana y un escogimiento libre. Aunque, también, se puede tener muchas reservas, precisamente, acerca de la capacidad de decisión de un individuo aquejado de adicción, dicho esto en el sentido más clínico de la palabra, porque no estamos hablando de una preferencia o de un simple gusto sino de una auténtica dolencia orgánica, o sea, de una enfermedad. No se puede, entonces, vender sustancias que enfermen a las personas de la misma manera como no se puede comercializar agua sucia o carne podrida. Hasta aquí, nos queda muy clara la razón de la prohibición.

Pero ¿no es el alcohol una sustancia dañina cuando el bebedor comienza a consumirla en grandes cantidades? Y, encima ¿no provoca espantosos accidentes, no origina auténticas tragedias familiares, no va minando, poco a poco, la salud de los consumidores y no significa, por ello, un problema social de gran calibre? Y entonces, ¿por qué no está prohibido? Sí lo estuvo, en la primera mitad del s. XX, en Estados Unidos (de América). Y dicha proscripción no tuvo otro resultado que propiciar el florecimiento de unas mafias dedicadas a traficarlo de manera ilegal (las disposiciones que resultan de una providencia sustentada en la moralidad se topan, tarde o temprano, con la lapidaria realidad del mercado: ahí donde hay una necesidad habrá siempre alguien para satisfacerla). En este sentido, el consumo de alcohol, por lo que parece, es casi un derecho natural de los occidentales. Para mayores señas, cuando le enchufas unos impuestos desorbitados a un pomo de whisky, lo único que pasa es que se llenan las arcas del Estado: la gente no deja de beber. Y lo mismo pasa con el tabaco, otra sustancia muy mala.

Por lo tanto, ¿no se podría legalizar, por lo pronto, la menos dañina de las drogas, la mariguana? Digo, es una pregunta perfectamente lógica.