Todo comenzó con el pie derecho luego de que ejidatarios del Oriente de Morelos escucharon "el canto de las sirenas" y se decidieron a sembrar agave en estas tierras y obtener el certificado de origen para poder sembrar la planta productora de tequila, y que tan solo los productores de Jalisco contaban con dicha certificación y que en un inicio todo iba "viento en popa".

Externaron que fueron más de 700 hectáreas de agave las que se sembraron en Morelos y que inclusive el clima y fuerte temporal derivaron en pérdida de la cosecha en los estados productores, lo que se supone que favorecería a los morelenses, pero que todo fue inútil porque de todas maneras los de Jalisco, eminentes productores cerraron filas a los productos de este estado, por lo que sólo pudieron colocar algunas botellas de licor que no era propiamente tequila, por lo que en el mejor de los casos las utilidades fueron reducidas y en otras se hicieron patentes las pérdidas.

La burocracia, la falta de apoyos crediticios y las deudas contraídas por estos empréstitos derivaron en que el cultivo de agave resultó igual o peor que los cultivos tradicionales, como la caña de azúcar, el maíz o el jitomate, que ante tantos intereses, resistencias y pésimas políticas para la exportación acabaron por abandonar el producto en el campo.

Es así que hoy en día de los 600 agaveros un reducido grupo todavía se aferra a este cultivo, pese a la mala experiencia que significó para la mayoría este cultivo, del cual reconocen no tenían la experiencia suficiente para sacarlo adelante.