Aunque en los últimos días el gran tema de discusión en los foros mundiales es el asunto de las paridades y del temor de una "guerra" por buscar tipos de cambio más débiles y competitivos, la suerte de la economía del mundo en el mediano plazo en realidad depende de las reformas microeconómicas en muchas naciones.

El más reciente número del semanario británico The Economist pone énfasis en el asunto y analiza el desempeño de la productividad laboral de las naciones avanzadas.

Al revisar el crecimiento de PIB por hora trabajada, se observa que desde mucho antes de la crisis viene sistemáticamente a la baja.

En EU, la productividad se aceleró de un crecimiento de 1 por ciento en los 80 hasta llegar a un 2 por ciento anual hacia el año 2000, pero luego comenzó a bajar sistemáticamente.

En la zona del euro estaba cerca del 3 por ciento al comenzar la década de los 80 en el siglo pasado y bajó a menos de medio punto porcentual el año pasado. En Japón, bajó desde la década de los 90 y la tendencia no ha logrado revertirse.

Así, aunque China aceptara revaluar su moneda a un ritmo un poco más acelerado, se tendría en el fondo un problema de productividad en la economía de los Estados Unidos, que, como en México, requiere de diversas reformas en el nivel microeconómico para poder crecer más rápido.

Y es el mismo caso en prácticamente todas las economías avanzadas.

La diferencia es el tipo de reforma que en cada país se requiere.

Por ejemplo, en países de Europa, como Francia o España, las que permitan la flexibilidad del mercado laboral estarían entre las más urgentes.

No es el mismo caso de la Unión Americana, en donde el problema principal quizás esté en los altos niveles de endeudamiento de los hogares, así como en la posibilidad de que haya una oleada de regulaciones restrictivas en muchas industrias, comenzando con la propia industria bancaria, que limiten la competencia.

Uno de los sectores determinantes en la productividad en los años recientes es el de los servicios.

En las naciones en las que hay una intensa competencia en sectores como el financiero o las telecomunicaciones tienden a aumentar de manera importante su productividad.

Países que han emprendido ciclos de reformas como ocurrió con Suecia en la década de los 90, que hizo cambios fiscales, en el sistema de pensiones o en materia bancaria, tienden a mejorar su desempeño reciente, pues este año crecerá a más de 4 por ciento y a un promedio superior a 3 por ciento en el siguiente lustro.

Sin embargo, pareciera haber pocos incentivos políticos para hacer reformas importantes que pueden implicar muy elevados costos electorales para los gobiernos que los emprendan.

Probablemente sólo casos como el de Grecia, que se vio obligada a emprender reformas de gran alcance, podrían detonar -si cristalizan- su capacidad de crecimiento.

Pareciera que solamente cuando no hay más remedio que "hacer o hacer" las reformas es cuando los políticos aceptan las consecuencias de emprenderlas.

Si así son las cosas, entonces no hay buenas noticias para México porque, necesitados de ellas para salir de la mediocridad de nuestro crecimiento, pareciera que no existirán en los próximos años los incentivos necesarios para tolerar los costos políticos de realizarlas.