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¿Estamos condicionados al alcoholismo?
09/02/2015
Andrea Forero Aguirre
Estudios comprueban que los genes y hasta factores hormonales controlan los impulsos de beber.

Genes, factores sociales y psicológicos y hasta hormonas hacen que algunas personas sientan más placer o necesidad de tomar alcohol.

Por esas causas, dejar de beber se convierte en uno de los propósitos de Año Nuevo más difíciles de cumplir. Con juiciosas y persistentes terapias, muchos lo logran, pero para quienes no lo consiguen la ciencia sigue buscando respuestas.

Una reciente investigación de Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos encontró que la hormona ghrelina –producida por el estómago y reguladora del hambre– influye también en el deseo de consumir alcohol. Los investigadores tratan de comprobar en un bar-laboratorio poco iluminado si es útil bloquear dicha hormona a través de un fármaco experimental para contrarrestar la necesidad de beber.

En otras investigaciones se ha demostrado que el cerebro de las personas que consumen alcohol en exceso es más receptivo y más sensible a neurotransmisores que desencadenan el placer y un efecto de recompensa.

De acuerdo con un estudio publicado en Science Transnational Medicine, es un hecho que el alcohol promueve la liberación de endorfinas en dos regiones específicas del cerebro, vinculadas directamente con el placer: la corteza frontal y el núcleo accumbens, que promueven a su vez un deseo incontrolable por seguir bebiendo.

Según la citada investigación, como si fuera poco, se encontró que en los bebedores excesivos el cerebro cambia “hacia una forma que los hace encontrar el alcohol cada vez más placentero, lo que puede ser clave para identificar la forma como se desarrolla el alcoholismo como enfermedad”.

Augusto Pérez, Ph. D. en adicciones y director de la Corporación Nuevos Rumbos, reafirma estos hallazgos y considera que los factores biológicos y estructurales son determinantes en la sensibilidad exagerada frente al alcohol, que es el punto de partida para cualquier adicción.

A la sensibilidad, según el especialista, se suman los problemas emocionales que se presentan en la vida y la forma de afrontarlos.

Luis Jaramillo, director del Departamento de Psiquiatría de la Universidad Nacional, advierte que, además de factores genéticos y de cómo el organismo elimina lo tóxico, es un hecho que las mujeres tienen un procesamiento más lento del licor, lo que las hace más susceptibles a embriagarse con facilidad.

No obstante, también existen procesos de rechazo biológico del alcohol en mujeres, lo que explicaría por qué la mayoría de los alcohólicos son hombres.

El cuerpo responde

Desde el punto de vista toxicológico, el cuerpo humano desencadena dos fenómenos al consumir alcohol: tolerancia y dependencia.

El médico toxicólogo Camilo Uribe explica que la tolerancia sucede cuando el alcohol ingresa al organismo, llega a la circulación, pasa por el hígado –que desintoxica– y se transforma en una sustancia tóxica llamada aldehído.

Este componente, de acuerdo con el toxicólogo, envía información al sistema nervioso, lo cual varía mucho de una persona a otra.

“Cuando una persona tímida ingiere licor, por ese efecto se desinhibe y va a querer seguir haciéndolo. Eso va a desencadenar tolerancia; es decir, el organismo cada vez le va a pedir más concentración para sentir el mismo efecto y simultáneamente produce lo que conocemos como dependencia”, dice Uribe.

Esa dependencia es de dos tipos. Una psíquica o emocional, que tiene que ver con estas sustancias en el cerebro (sentirme bien). Otra física y orgánica, por la cual el cuerpo comienza a requerir unos niveles de acetaldehído en forma permanente para “funcionar”.

“Cada vez que esos niveles bajan, se produce adrenalina en grandes descargas. El efecto es que la persona no puede dormir, suda, se le erizan los pelos, se altera la frecuencia cardiaca y la presión arterial con el riesgo de poder tener infarto o desfallecer”, explica el toxicólogo.

“Hay que mirar qué pasa cuando el paciente sale de su desintoxicación y se abstiene de beber. Esas abstinencias pueden desencadenar en un cuadro psíquico de delirio que exige manejo farmacológico”, añade.

No obstante, el especialista aclara que la intervención con medicamentos depende de la severidad de la adicción.

La Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos ha aprobado tres medicinas para tratar el consumo excesivo de alcohol: uno que bloquea la sensación de bienestar asociada con el alcohol; otro que actúa contra la ansiedad de beber, y uno más antiguo que provoca náusea y síntomas de aversión al trago.

Sin embargo, según Pérez, los medicamentos deben administrarse bajo estricta supervisión, porque algunos pueden desencadenar efectos adversos, como tensión elevada, granos en la cara, dificultades para respirar, sensación de ahogo; y tomarlos en edades avanzadas hasta pueden ser mortales.

Las consecuencias que conlleva el consumo de licor

Coma o paro respiratorio: son consecuencia de una embriaguez severa.

Hipoglicemia: a una persona intoxicada por alcohol le suministran sueros azucarados porque al bajar la concentración de azúcar la persona puede convulsionar.

Malestar general: se presenta como consecuencia del guayabo por la dilatación de las arterias del cerebro.

Enfermedades del hígado: este órgano puede afectarse, por eso ordenan exámenes de diagnóstico para descartar cirrosis.

Trastornos de memoria, demencia presenil o tipo alzhéimer pueden derivarse a mediano y largo plazo: por esto, ordenan resonancias para determinar si se atrofió la corteza cerebral.

Lesiones de la sustancia blanca del cerebro con trastornos de movimiento e incluso parálisis: el alcohol destruye la mielina de los nervios periféricos, sustancia que si se afecta produce alteración en la sensibilidad y movilidad.

Cardiomiopatía dilatada alcohólica: el licor aumenta la frecuencia cardiaca, el corazón late más rápido, se cansa y se dilata hasta fallar.

Terapias para combatir este mal

Más del 90 por ciento de los casos de alcoholismo se tratan psicológicamente según las fases de la adicción, identificadas hace más de 20 años. De acuerdo con Pérez, director de Nuevos Rumbos, la primera es la ausencia de reconocimiento del problema. La segunda es la contemplación: después de verse envuelta en situaciones caóticas por causa del alcohol, la persona siente que sí puede estar en problemas, pero no toma decisiones.

La tercera es la fase de la acción, en la cual algunos pacientes deciden buscar ayuda para alcohólicos. Otros salen por sí mismos.

Pérez afirma que el trabajo terapéutico consiste en lograr que el paciente llene el espacio que ocupa el alcohol.

“Se puede lograr con la reorganización de la vida o consecución de metas –cuenta Pérez–; en algunos casos está la idea de apoyarse en un poder superior, pero se aplica más para casos extremos de personas conflictivas. Hay gente que no se siente bien en esos entornos y el 40 por ciento busca terapias individuales”.

Una vez la persona supera la dependencia, Pérez aconseja no volver a beber, porque las posibilidades de una recaída son altas, así hayan pasado 10 años.

Por su parte, Luis Jaramillo considera determinante averiguar si el paciente tiene alguna patología base, como depresión o ansiedad y si usa el alcohol para bloquear.

Según el más reciente reporte del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de EE. UU., las intoxicaciones etílicas acaban con la vida de 2.200 estadounidenses al año, seis al día.

Signos de alerta

No solo quien consume licor todos los días tiene problemas. Cualquier bebedor debe preocuparse por el impacto que este tiene en su cerebro, que también se refleja en su comportamiento.

Debe consultar a un médico cuando el licor afecte las actividades laborales, civiles o familiares.

También debe hacerlo quien empieza a beber y no puede parar, pierde el control o tiene lagunas.

Fuente: tiempo.com    
Categoría: INVESTIGACIONES    





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