
Una verdadera reforma hacendaria
10/09/2009
Roberto Newell
Roberto Newell
DE CONVICCIÓN LIBERAL
El discurso del Presidente sobre el estado que guarda la economía concluyó con una arenga para que ahora sí se hagan las reformas que el País requiere, y no sólo las posibles. Una de las reformas más urgente es la hacendaria.
El proceso para determinar los presupuestos de ingresos y gastos del año entrante está iniciando. La naturaleza
de los programas de gasto e ingresos que se aprueben será una de las primeras señales que tendremos sobre
qué tan serio es el compromiso de cambio de la nueva legislatura y el Ejecutivo federal.
Si impera la racionalidad económica, la negociación hacendaria debe constar de dos fases secuenciales. El
primer paso debe ser preparar un presupuesto de gasto base cero.
Los presupuestos base cero son ejercicios agnósticos. En ellos, todas las propuestas están a prueba: se invita a
los participantes a retar y cuestionar el destino de hasta el último peso que se va a gastar.
Generalmente, llevar a cabo un ejercicio de este tipo rinde frutos significativos. Cuestionar y justificar todo el
gasto federal causa que se vuelva a discutir y cuestionar su plausibilidad. Lleva a que se analicen decisiones de
gasto que frecuentemente no se han revisado en décadas. El ejemplo emblemático lo tenemos en la Secretaría
de la Reforma Agraria, la cual subsiste para manejar cabos sueltos de un proceso de reparto agrario cuya fase
sustantiva concluyó hace más de 20 años. Como este hay muchos otros programas que el Gobierno federal
opera que quizás en algún momento se hayan justificado, pero que hoy ya no cumplen un fin práctico.
Una de sus principales virtudes de cuestionar todo el gasto simultáneamente es que el proceso crea condiciones
que permiten hacer ajustes que serían imposibles de cambiar en forma aislada. Pero conviene hacer una
advertencia. Sé por experiencia propia que los procesos presupuestales de este tipo despiertan gran ansiedad
entre los trabajadores y pueden convulsionar a las organizaciones que los llevan a cabo.
Pero eso sí, que no quede duda: una revisión del tipo planteado eliminaría programas duplicados y caducos y
reduciría el nivel actual del gasto.
Después de llevar a cabo el ejercicio arriba planteado tocaría el turno al lado impositivo. Aquí también
recomiendo que se haga una reconsideración a fondo.
Los economistas fiscalistas más reconocidos del mundo se han cansado de recomendar que el régimen fiscal
óptimo es un IVA generalizado.
Esta modalidad de impuestos tiene ventajas difíciles de superar: no afecta los precios relativos de la economía.
En consecuencia, no impacta la estructura del consumo ni distorsiona las decisiones de inversión. La aplicación
del IVA incentiva el ahorro y la acumulación de activos para la producción y desincentiva el consumo de bienes
suntuarios y gastos improductivos. Por último, es el impuesto más fácil de fiscalizar, puesto que incentiva a los
causantes a enterar los impuestos causados para poder acreditar el IVA pagado.
Pero establecer un régimen fiscal basado en el IVA impone retos significativos. Primero, si el impuesto se
aplicara en forma generalizada sin crear mecanismos de gasto compensatorios, tendría efectos regresivos. Esto
se debe al hecho de que cobrar el IVA sobre todos los productos encarecería los alimentos y medicinas. Tal
medida afectaría desproporcionadamente a los pobres y enfermos, cuyas circunstancias los obligan a dedicar
una proporción elevada de su gasto a estos artículos. Por ello, para compensar este efecto se tendrían que
establecer mecanismos que identifiquen y compensen la pérdida de bienestar que un impuesto general causaría
entre los más pobres. Afortunadamente, el Gobierno tiene el programa Oportunidades el cual cuenta con el
padrón y las herramientas de distribución que se requerirían para compensar las pérdidas de bienestar.
El segundo problema es enteramente práctico, pero importante. La aplicación de un IVA generalizado causaría
problemas de ventas para los negocios que operan a lo largo de la frontera con Estados Unidos. Esto derivaría
de la falta de homogeneidad de nuestro régimen fiscal y el de ellos. Los efectos potenciales no serían
despreciables. Por ello, aquí también haría falta considerar mecanismos para compensar las pérdidas de los
negocios.
Fuente: Reforma
Categoría: INDICADORES ECONOMICOS Y PROSPECTIVA
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