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Menores con alguna adicción provienen de contextos violentos.
27/11/2011
Redacción
Zapotlán El Grande, Jalisco (27/Nov/2011).- Programas de rescate, sin consolidación. El CIJ recibe a menores en situación de calle o que sólo van a casa a dormir. En 2006 la primera generación con 14 varones de entre ocho y 17 años de edad, llegó con problemas de adicción a inhalables, mariguana, tabaco y alcohol.

Zapotlán El Grande, Jalisco (27/Nov/2011).- Al detectar que cada vez había más niños con adicciones y que ningún albergue los quería recibir, el sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) Jalisco pidió ayuda al Centro de Integración Juvenil (CIJ) de Occidente para abrir un espacio en el que pudieran hospitalizarlos.

La respuesta fue positiva y se eligió un espacio recién abierto en Zapotlán El Grande que estaba subutilizado y que sería ideal para crear una Unidad de Tratamiento Residencial para Menores en Situación de Calle.

El éxito de este espacio, único en el país que atiende a niños, es que se logró integrar con personal del DIF Jalisco, de la Secretaría de Salud del Estado, de los CIJ y de la Secretaría de Seguridad Pública, lo que ha permitido la continuidad del proyecto a pesar de los cambios de Gobierno. Para su apertura se realizó un diagnóstico de población en situación de calle y se plantearon los siguientes objetivos: suprimir el uso de drogas, acortar el curso y evolución de la conducta adictiva asociada, identificar otros trastornos físicos y mentales, así como las relaciones familiares y los factores sociales que propician la adicción; reintegrar al menor a su familia si ésta existe o a un hogar sustituto, entre otros.

En 2006 llegó la primera generación con 14 varones de entre ocho y 17 años de edad, provenientes del Tutelar para Menores con problemas de adicción a inhalables, mariguana, tabaco y alcohol, drogas de fácil acceso y bajo costo.

En adelante, el DIF Jalisco activó programas de rescate de menores en situación de calle, con especial énfasis en zonas como Plaza del Sol, el Parque Morelos, zonas de refugio como las alcantarillas ubicadas en la Calzada Independencia (debajo de Plaza Tapatía), Oblatos.

La categoría de situación de calle incluye tanto a los que no tienen un hogar como a los que sólo van a casa a dormir, pero su vida prácticamente la hacen afuera del hogar o núcleo familiar.

Para la unidad de hospitalización se tuvo que capacitar al personal, pues no existía experiencia previa de atención a niños. “Los terapeutas tienen que ponerse a veces hasta en papel de papás, poniendo límites, jugando y haciendo otras cosas que no se hacen normalmente con un adulto que tiene adicción”, reflexiona Enrique Aceves, director del Centro de Integración Juvenil región Occidente.

El modelo ha sido exitoso principalmente porque no existe ningún otro proyecto similar, por lo que de otros Estados han comenzado a pedir asesoría para abrir espacios que atiendan a este sector de la población.

Lista de espera

La directora de la unidad de hospitalización, Blanca Corona, explica que la mayoría de los menores provienen de familias “desintegradas” y llegan “muy descuidados”, con desnutrición, deserción escolar, problemas dentales, depresión, ansiedad.

“Vienen muy maltratados por la sociedad y por sus familias. Aunque también hay niños que provienen de hogares unidos y con recursos económicos, pero son los menos”.

La demanda del espacio ha ido en aumento y actualmente hay lista de espera, de manera que tendrá que esperar tres, seis meses o más, pegado a inhalantes o a cualquier otra droga. Los que quieren rehabilitarse, no pueden porque no existe un programa federal que permita atender el tamaño del problema.

Para ingresar es necesario que los niños o adolescentes lo hagan por voluntad propia. Es decir, nadie los puede obligar a rehabilitarse. Como parte del proceso, los que han dejado la escuela pueden cursar la primaria, de manera que al salir puedan ingresar a la secundaria y continuar con sus estudios.

“Si logramos detectarlos cuando aún están en el proceso experimental con las drogas, será mucho más fácil detener el consumo”, comenta Blanca Corona en su oficina, donde hay carteles de programas contra las adicciones, uno de ellos dice: “Te quieres, no te quieres, nosotros te queremos”.

Los especialistas consideran que la prevención empieza en el hogar, en otorgarle a los menores contextos armónicos en los que se les atienda sus necesidades tanto físicas como emocionales.

“A veces, cuando van a graduarse, vienen a pedirme que si se pueden quedar. Entonces, tenemos el gran reto de que regresen a un mejor contexto —en el día de visita también se le da terapia a la familia— y si detectamos que el hogar en el que vivía no es apto para él, les buscamos un lugar sustituto”.

NUMERALIA

Unidad de Hospitalización Zapotlán El Grande

8 a 13 años es el rango de edad de mayor ingreso.

100% solteros.

7.74% sin escolaridad.

43.7% entre uno y tres años

de escolaridad.

33% entre cuatro y seis

de primaria.

14.96% con algún grado

de secundaria.

16.8 años, promedio de edad de inicio en el consumo de drogas, de acuerdo con el Centro de Integración Juvenil.

MÉXICO Y SUS JÓVENES

Familias atípicas y soledad

México tiene 17.5 millones de jóvenes entre 12 y 19 años, de los cuales 17.5% vive con su mamá, 3.5% con su papá, 3.2% con algún otro familiar y 1.4% solo, según la Encuesta Nacional de Juventud 2010.

CRÓNICA

Los niños que juegan con la “mona”

Sólo se le ven los ojillos rasgados por encima de la mesa. Aunque todavía no “pasa” la altura de la mesa, es el único que toma los alimentos parado en el comedor de la unidad de hospitalización para adicciones. Es el “chiquito” del grupo —tiene 10 años, aunque parece de unos siete, explican sus terapeutas, porque llegó con graves problemas de desnutrición—, pero el más veloz para comer. Se termina las albóndigas antes que todos, alza sus manitas, se toma el caldo que le queda y lleva el plato a la cocina. Le dan flan como postre y se lo come en menos tiempo que el que tarda en ir de la cocina a la mesa.

“A” llegó en septiembre a la Unidad de Tratamiento Residencial para Menores (que depende del Centro de Integración Juvenil de Occidente) y, si cumple con las reglas, puede terminar el tratamiento en diciembre.

“¿En qué escuela estabas?”, se le pregunta mientras come —fascinado— palomitas caseras que le dieron en la cocina. “Soy de Tonalá, ¿tú de dónde vienes?”, responde con los cachetes con manchas blancas repletos de palomitas. Se para y se va con “B”, su “compita” de 11 años, originario de Zacatecas, con el que juega “futbolito” en sus tiempos libres.

Este centro que se encuentra en Zapotlán El Grande es el único público del país que recibe niños con adicciones. “A” está ahí por consumo de inhalantes, lo canalizó el sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) Jalisco.

En el tiempo que tiene internado ha aprendido a reconocer las vocales —todavía no sabe leer ni escribir— y comienza a ganar peso y un poco de color en sus chapetes.

La voluntaria encargada de los más pequeños los abraza al llegar y les da borrachinas. Ella cuenta que los papás de “A” murieron y que, por lo que cuenta, dormía en el mercado San Juan de Dios. “Tal vez nunca había comido mejor en su vida. Velo, ve su estatura, ¿para qué crees que usaba inhalantes (“mona”)? Es lo único que quita el hambre; más o menos así llegan todos. Pero en diciembre se va… ¿y luego? ¿Quién le va a dar de comer? Y aun así, es de los más optimistas”. Se para y remata indignada, “éste es nuestro México querido”.

Ese México querido es el que ha ratificado distintos convenios internacionales sobre infancia, como la Convención Internacional de los Derechos de la Niñez que ratificó en 1990. Incluso en el aula de la unidad de hospitalización les enseñan que son sujetos de derechos.

Ellos los repiten entusiastas. Pero la mayoría ya saben que el Estado no les ha garantizado el acceso a la alimentación, a la educación, a una vida digna, a la no discriminación, a una infancia sin violencia —muchos de ellos han sufrido explotación sexual—.

“B” presume que es de los más listos del centro. Nunca había ido a la escuela y en dos meses ya llegó a cuarto de primaria. “No es que presuma, pero me va muy bien en matemáticas. En mi plan de salida puse que me voy a meter a la secundaria Benito Juárez”. En el periódico mural hay dibujos de los niños, el de él es el más colorido: “La escuela te ayuda a aprender más cosas. Pero tú eliges entre drogarte o la escuela, sólo que las drogas te hacen que no aprendas”.

En su plan también incluyó a sus hermanos menores. “Los dos están internados en Fresnillo… ellos no son adictos, como yo, pero se los quitaron a mi mamá porque no encontraba trabajo”.

Uno de los objetivos del centro es poner límites como parte de la rehabilitación. “Nadie nunca les ha dicho que no, no tienen definido qué es bueno o malo para ellos. Además, ya vieron todo, lo más feo de lo más feo, a “B” le mataron a su papá, “A” no tiene familia. Por eso, algunas de sus actitudes que parecen asociales, en realidad les ayudaron sobrevivir afuera. En sus condiciones no sé cómo han llegado a la edad que tienen”, reflexiona indignada la voluntaria.

“B” intentó hace un tiempo escaparse del Centro de Integración Juvenil al que, paradójicamente, sólo ingresan si ellos aceptan. Otros compañeros hospitalizados cuentan que él se brincó la barda y se fue con otros dos de Guadalajara, pero cuando supieron que “B” iba hasta Zacatecas, le dijeron que se regresara. “B” está de nuevo hospitalizado y espera salir para ir a visitar a sus hermanos en Fresnillo —de los que no sabe nada desde septiembre— y para probar las enchiladas picosas que le hacía su madre.

En la comida, todos traen playera roja con leyendas de programas contra las drogas. Uno de los adolescentes canta una rola de un rapero tapatío que proviene de una “clica” de Guadalajara. La mayoría son de Guadalajara y se autodefinen como “pandilleros”.

Al ver un Black Berry, comienzan a buscar videos de rap de las “clicas” a las que pertenecían. De Santa Cecilia hay un adolescente de 13 años que asegura que las armas que salen en los videos de estos grupos de rap son “de neta”. Es más, dice, “yo las he visto cuando voy a comprarles mota”.

Conoce bien los bares donde hay “toquines” y los de barrio le hacen el paro de entrar aunque no sea mayor de edad. Otro asegura que en su cajón tiene una “22”.

Uno de los más “grandes”, con 16 años, pide que busquen su nombre en Youtube. “¿Pa’ qué?”, le preguntan sus compañeros. Él responde que sale en un video en el que lo detienen porque cometió un delito. Fue robo, dice, un día que salió del Centro con permiso. Pero eso sí, aclara, “no me drogué, lo prometo”.

Todos usan tenis y la mitad trae rosarios de tela. Sólo uno se peina con picos que logra con mucho gel. Es la tercera vez que se interna, la primera, tenía 13 años. “¿Y sí quieres estar aquí?”. Hace gestos, “La neta sí, pero me desespero mucho de estar encerrado, tan lejos de Guadalajara”. Él es de una colonia cerca de El Sauz, igual que otros dos que ingresaron más o menos en la misma fecha que él, pero que no conocía.

— “¿He oído que hay toncho de sabores?”

— “Ah sí, nomás le echas tang o vainilla”, dice el de 17 años, peinado con mucho gel.

— Ése tú lo puedes preparar, agrega otro joven de 15 años, quien comenzó a usar el toncho, las pastillas y la mota cuando se metió a la Barra 51 del Atlas.

— ¿Y con cuánto dinero pueden comprar toncho?, se les pregunta.

— Ah, pues depende cuánto quieras.

— Yo, hasta con dos pesos me doy una loqueada, dice el de 13 años. Hace puño su mano, se la pone cerca de la boca y simula que trae una estopa... ¡“Ah”!.

Es hora de partir. Todos se despiden y los más grandes preguntan, “¿Ya se van, tan rápido? ¿Van a volver? Aquí estamos todo el día, por si quieren venir”.

Daños neuronales

Estupefacientes amenazan cerebros en desarrollo

El consumo de estupefacientes es especialmente riesgoso en niños ya que hasta los 18 años, el cerebro está en crecimiento. “Todavía se está moldeando y, por ejemplo, el uso de inhalantes provoca muerte neuronal y genera un deterioro de su capacidad cognitiva”, reflexiona el psiquiatra de la unidad hospitalaria de los Centros de Integración Juvenil, Víctor Manuel Vaca.

Como parte de la rehabilitación, se les da antidepresivos a los niños que lo requieren ya que, según el especialista, ayudan a regenerar la capacidad plástica del cerebro “con la idea de revertir un poco el daño de las drogas”.

La atención oportuna de los niños con adicción, agrega, es que no sólo está el cerebro en formación, sino también su personalidad. Es el momento en el que se determina “lo bueno y lo malo, los límites que todos necesitamos en esta sociedad, porque ellos van sobreviviendo en un contexto paralelo y, si lo que ven en esta etapa es que las drogas, la violencia y demás es normal, pues muy probablemente pueden llegar a ser delincuentes”.

Entre las actividades están programados partidos de fútbol y actividades de esparcimiento que les permitan divertirse de otras maneras y a la vez aprender a seguir reglas en equipo. Asimismo, les enseñan repostería y otros oficios para que puedan llegar a ser una alternativa económica.

“Todos tienen que hacer un plan de egreso, para que piensen en todo lo que sueñan, en qué harán después de que salgan”.

Fuente: El Informador (Guadalajara)    
Categoría: PROGRAMAS DE PREVENCION    





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