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Drogas y alcohol colapsan Amealco.
17/10/2011
Margarita Ladrón de Guevara
Querétaro, Querétaro.- El color de Santiago Mezquititlán es el amarillo. Amarilla es la iglesia y las bancas de su plaza; amarillo es el cielo en el horizonte cuando el sol tiñe de ámbar el valle. Amarillo es el campo al final del verano por los amplios sembradíos de cempasúchil y amarilla es la orilla del camino por los girasoles silvestres, tentación del visitante.

El amarillo también está presente en la piel y ojos de sus habitantes, cuya principal causa de muerte se relaciona con el alcohol. Cirrosis significa amarillo en griego.

Santiago Mezquititlán es máximo enclave otomí del estado de Querétaro. Se ubica en la región de los valles al sur del estado de Querétaro dentro del municipio de Amealco, en el límite con el Estado de México. Se divide en seis barrios poblados por 11 mil habitantes de los cuales ocho mil hablan otomí y español.

En el municipio de Amealco, 34 de las 73 comunidades están conformadas por población otomí y los seis barrios de Santiago Mezquititlán están tan dispersos como la mayoría de las demás localidades del municipio, condición que lo define como rural: sólo el 17.70% de la población amealcense es urbana.

La gran cantidad de localidades del municipio, la poca población de las mismas, los bajos ingresos económicos de sus habitantes y el reducido presupuesto del municipio, no ha favorecido la introducción de los servicios básicos a la mayoría de las comunidades, porque dicha situación los encarece substancialmente.

La población amealcense equivale al 44% del total de la población indígena estatal; en el municipio, el 32% es indígena de los cuales, el 98.85% de los son otomíes y el resto son mazahuas, náhuas, mixtecas y mazatecas. Santiago Mezquititlán y su vecina San Ildefonso Tultepec, son las comunidades donde se concentra la mayor cantidad de otomís en todo el estado.

El Consejo Estatal de la Población catalogó al municipio como de alta marginación categoría que sólo comparte con el municipio serrano de Pinal de Amoles; Amealco es también el de mayor analfabetismo en el estado.

Santiago Mezquititlán tiene sus tradiciones vivas; las mujeres visten sus trajes tradicionales de amplias faldas, blusas coloridas y plisadas, cabello trenzado y quexquémetl de brillantes colores. Todo el atuendo combina con el amarillo predominante en este valle limpio y tranquilo, que en 2010 ocupó el primer lugar en alcoholismo en el estado. Amarilla es también la lata de limpiador de PVC, que los jóvenes de Santiago Mezquitilán usan para drogarse, costumbre que han adoptado de las ciudades a donde deben migrar.

Aquí no hay trabajo, no hay industria, no hay nada, es la constante que se repite entre la población. Así lo dicen Miguel y Martín, ambos jóvenes otomís adictos al solvente de la lata amarilla; así lo dice Nicéforo, secretario de la delegación quien envió a tres de sus seis hijos a Estados Unidos, para lo cual tuvo que empeñar su casa y pagar cien mil pesos a un coyote; así lo dice Adrián Celedonio, sacristán de la iglesia y peluquero; así lo dice el padre Gregorio, quien define a la población como gente buena y sencilla dominada por el alcohol, el sexo y la droga; así lo dice Leonardo, uno de los seis policías asignados para cuidar a los 11 mil habitantes. Así lo dicen todos: aquí no hay nada.

LA OPCION ES IRSE

Miguel González Timoteo tiene 17 años y es otomí; como todos los nacidos en Santiago Mezquititlán es fiel a sus tradiciones y participa en las fiestas patronales. Terminó la primaria y se fue al Distrito Federal con su abuela; un día, después de no comer nada y temblando de frío, inhaló por primera vez el contenido de la lata amarilla. Tenía once años.

El policloruro de vinilo, PVC, es un plástico muy utilizado en todo tipo de industria, particularmente en la plomería; el líquido con el que se limpia es el que se usa como droga. Se vende en una lata amarilla; se vierte en una bolita de papel, tela o estopa a la que llaman mona; el acto de inhalar se llama monear. En el argot de los consumidores, a la lata se le conoce también como PVC o activo. En México la venta de este producto a menores de edad es ilegal.

La fiesta más importante de Santiago Mezquititlán es el 25 de julio y la de este año no fue muy diferente a las anteriores; en la plaza de Barrio I se colocaron puestos de comida, rifas, juegos mecánicos y pan recién horneado. La zona de cantinas ambulantes desde el mediodía, hasta que cierra a eso de las diez de la noche, permanece llena; el mozo que atiende se apura en destapar las caguamas, lo único que vende.

A diferencia de los hombres, las mujeres sí portan sus coloridos trajes tradicionales de otomí; los jóvenes lucen la misma moda: amplios pantalones de mezclilla con playeras de algún equipo deportivo de Estados Unidos.

Es el tercer y último día de la fiesta y la plaza luce llena, la música pone a bailar a las parejas al tiempo que los más jóvenes permanecen en bancas o de cuando en cuando dan la vuelta en grupos. En el interior de lo que parece ser una cantina, un anciano rueda por el suelo al no poder levantarse mientras una mujer de trenzado cabello cano le reclama que no la ayude: ella tampoco se puede levantar pero al menos es capaz de permanecer sentada. La escena se complementa con una niña muy pequeña que les grita "¡ya vámonos!" con la mirada.

Afuera, en la plaza, un policía hace su rondín. Los grupos de jóvenes se mueven constantemente de su lugar dejando a su paso un fuerte olor a solvente; el policía sigue su camino y la escena de la pareja de ancianos en el suelo se repite varias veces sobre la banqueta. Nadie mira y nadie se sorprende.

Pero Miguel ya no vio esta fiesta: estaba internado por cuarta vez en el Anexo de Amealco tratando de superar su adicción.

Miguel me cuenta su historia como lo ha hecho muchas veces durante las reuniones en el anexo. Sonríe, hoy le tocó lavar el patio pero está de buen humor. "Desde niño no me llevaba con mi padrastro; ni a mi hermano ni a mí nos hacía caso. Mi abuelita vendía chicles en el Distrito Federal para que yo sacara mis estudios y en días de vacaciones ella me llevaba a su casa donde vivía con una tía y mis primos, todos ellos ya eran drogadictos. En las noches me daba frío pero no tenía ropa, mis primos me decían que el PVC me ayudaría a quitarme el frío; yo no quería porque me daba mucho asco el olor. Un día, fuimos al deportivo a jugar y en todo el día no comí nada, ellos no comían porque todo el tiempo estaban drogados, ya me andaba de hambre y me empezaron a insistir, que con eso no me daba frío ni hambre; eran las 8 de la noche cuando empecé a inhalar. Vomité, me dio asco, pero ya no la pude dejar".

"Mi tía tiene 39 años y se enfermó por la droga; un día se salió caminando borracha y drogada de Santiago Mezquititlán, se cayó en un canal y la fuimos a encontrar en un hospital de Atlacomulco".

"Mi abuelita me regañó cuando se dio cuenta que ya andaba bien drogado como mis primos. Me regresé a mi pueblo y dejé de drogarme como tres meses; entonces le pedí que me llevara con ella porque aquí en Santiago no hay nada. Y al estar otra vez con mis primos no tuve fuerza de voluntad para decir que no, me volví a drogar; cada vez que volvía a Santiago me escapaba, necesitaba drogarme porque sólo así me sentía bien, no me gustaba que me regañaran y no me dejaba que me dijeran algo. Yo mejor me salía de mi casa, porque mis tías me veían drogado y me comparaban con mi hermano, que tiene trabajo y buena ropa; me resentía con ellos, no me gustaba que lo quisieran más que a mí".

Entonces lo anexaron. El proceso de desintoxicación lo sometió a estados de ansiedad apenas soportables, pues su cerebro, a medida que se limpiaba, le jugaba bromas. "Sentía que el piso daba vueltas, que me caía en un vacío, gracias a que me agarraron no rodé por el suelo" recuerda Miguel. "No podía sujetar la cuchara porque mis manos y brazos temblaban y como no podía comer, me di cuenta que era verdad lo que decían sobre drogarse, que me estaba chingando el cerebro, pero uno no lo cree porque la lata de PVC dice que el que consuma tiene tres meses de vida y pues yo ya llevaba un año inhalando sin que me pasara nada".

Pensó que ya había dejado las drogas para siempre; se fue con su mamá a San Juan del Río y acudía a las reuniones de un grupo de ayuda donde van las mamás de los adictos a contar sus experiencias. Miguel pensaba en su mamá y su familia; hasta tenía novia en Santiago Mezquititlán. Pero recayó.

Cuando salió la segunda vez del anexo pasaron varios meses y se sentía bien, había subido de peso y hasta tenía trabajo. Fue en busca de su novia a Santiago Mezquititlán y ella le dijo que ya tenía otro; entonces Miguel volvió al PVC.

Hoy, a Miguel le faltan un par de semanas para completar el cuarto tratamiento y él mismo se cree un caso perdido porque cuando salga, sabe que sus amigos lo incitarán a drogarse. Algunos han estado en anexos también y han reincidido.

De vez en cuando le vuelve la temblorina. "Yo no he tocado fondo, quiero vivir. Pero en Santiago Mezquititlán no hay nada, es un pueblo, no hay trabajo ni nada".

Al preguntarle qué le gustaría ser de grande, se queda pensando unos segundos. Tartamudea un poco y contesta: "a veces hablaba con mi padrastro y me preguntaba qué me gustaría ser de grande, siempre me ha gustado pensar en, como dices, de grande, ser abogado".

En Santiago Mezquititlán los jóvenes pueden estudiar hasta la preparatoria; si quieren continuar deben ir a Amealco, que se ubica a 17 kilómetros; el promedio de escolaridad es primaria y la actividad económica principal es la agricultura, y artesanía. No hay industria y quien quiere trabajar debe irse. Para pasar el tiempo libre, la gente tiene futbol y la misa de los domingos, día en que aprovechan para comprar víveres en la plaza de Barrio I.

Santiago Mezqutititlán tiene dos farmacias y dos Centros de Salud, aunque ninguno de ellos está en el barrio más poblado que es el VI. No tiene mercado pero sí tres tiendas de abarrotes; dos expendios de cerveza, una pulquería y dos tlapalerías ferreterías. También hay seis tiendas donde se vende alcohol de manera clandestina y es costumbre que los fines de semana vendan garrafones de pulque en la plaza.

La Comisión Estatal Contra las Adiciones (CECA) no tiene cifras sobre cuántos jóvenes indígenas consumen alcohol o drogas. No tiene un mapa de adicciones por municipio, los datos con los que cuenta provienen de la Encuesta Nacional de Adicciones, de 2008. En ella, el dato arrojado es que en Querétaro, el 6.7% de la población fuma marihuana y el 2.3% inhala cocaína. El 3.7% de las mujeres es adicta al alcohol, máximo porcentaje en México; pero los hombres ocupan el 14% del total y no es el primer lugar del país sino el décimo.

No se necesita una encuesta o estadística para saber que en Santiago Mezquititlán el alcohol y el PVC está en cada familia, se le argumenta a la comisionada estatal contra las adicciones, Guadalupe del Río, quien responde que el trabajo más importante a su cargo es el de prevención. ¿Por qué no hay un estudio sobre adicciones en comunidades indígenas? "No sé; nadie lo ha hecho antes", responde, pero se defiende anunciando que preparan un balance a fondo que "probablemente se realice el próximo año". Guadalupe del Río fue reemplazada por Rebeca Mendoza Hassey, según se dio a conocer el martes 11 de octubre.

El CECA otorga becas a adictos que desean ingresar en alguno de los 51 centros de rehabilitación que tiene el estado, pero hasta ahora ninguna ha sido para el municipio de Amealco.

El pasado 1 de septiembre, el titular de la Secretaría de Salud del Estado, calculó que el alcoholismo en las zonas indígenas alcanza hasta el 15 por ciento de la población y el fenómeno se presenta en jóvenes desde los 14 años. Sobre drogadicción no dio datos.

La información la brinda un nativo de Santiago Mezquititlán, Nicéforo Carmelo Eugenio, secretario de la delegación, quien calcula que el 20% de los jóvenes en esa comunidad se droga.

Uno de sus hijos es Ricardo, que migró a Estados Unidos cuando tenía 15 años. A los 13 empezó a drogarse. "Se fue hace dos años y ya no se droga: qué bueno que me vine porque quién sabe qué hubiera pasado, me dice. Se drogaba con latas de PVC, que aunque no nos consta, la compran en las mismas tiendas de aquí".

Nicéforo conoce los problemas de su comunidad. La razón por la que la drogadicción se ha expandido, dice, es porque los jóvenes se sienten abandonados por sus padres. "Para sobresalir tiene que emigrar uno porque aquí no hay nada, no hay un empleo que esté más o menos bien pagado. Los trabajos son temporales; si hubiera industria tendríamos trabajo, pero no hay nada, a nadie le importamos".

Pero Nicéforo también tuvo un vicio: el cigarro. "Sí comprendo que no se pueda dejar un vicio porque yo a los 12 años ya estaba fumando. Y cuando veo a los jóvenes pienso ¿qué realmente no tienen fuerza de voluntad? Porque yo sí dejé de fumar de pura fuerza; sí se puede dejar el vicio, pero la gente dice ¿cómo lo voy a dejar, si le he invertido mucho dinero?"

Nicéforo, al igual que Miguel, es pesimista. "No le veo futuro a la comunidad, a menos que tengamos empleo. Que haya fábricas, algo que le de algo que hacer a los jóvenes, las fábricas están en Amealco y nuestros jóvenes se van para allá. Si aquí tuviéramos una fábrica, nuestros jóvenes no estaría en la droga".

Al cruzar la carretera frente a la delegación, en la tlapalería el encargado niega desconfiadamente vender latas de limpiador para PVC.

Un grupo de jóvenes en la esquina de la plaza permanece en silencio; con el puño en la boca, inhalan. Hay una muchachita junto con ellos que no trae el puño en la boca pero se ríe sola. Los jóvenes hablan detrás del puño, el olor a solvente se impregna en su ropa. Se mueven, viene un rondín de la policía.

Leonardo es uno de los seis policías que el gobierno municipal de Amealco destinó a la delegación de Santiago Mezquititlán. Sabe que los jóvenes van a Temascalcingo a comprar sus latas a un costo de 70 pesos. Luego lo reparten en monas que venden a diez.

Leonardo tiene 25 años y nació aquí, se fue a buscar suerte a la ciudad y consiguió empleo cuando cumplió 18 años. El único entrenamiento que tuvo fue en una empresa de seguridad privada donde trabajó, lo cual fue ventaja cuando en su pueblo necesitaban policías; así pudo volver a su comunidad.

-¿Qué hacemos con los jóvenes que no tienen papá o que nada más están en su casa? -se pregunta Leonardo- lo mínimo que hemos hecho es hablar con los vendedores de las ferreterías; pero vemos muchos jóvenes que andan inhalando, tanto hombres como mujeres. Ya drogados se agreden, los remitimos a la comandancia y hablamos con los padres, pero muchas veces los papás no viven aquí".

La policía tiene las manos atadas. "Algunos papás se enojan porque consignamos a los muchachos sólo por drogarse, nos dicen que por qué los agarramos si no están haciendo nada. Y otros papás nos reclaman que por qué no hacemos nada si vemos que los jóvenes están drogándose enfrente de nosotros; son menores de edad y no podemos consignarlos, lo que podemos hacer es avisar a los papás para que vengan a recogerlos, pero a veces hasta el papá se da por vencido y nos dice: pues ya lleva un año consumiendo y no entiende ¿qué hago con él? Nosotros le recomendamos que busquen un Centro de rehabilitación, y a veces ahí los dejan".

Así sucedió el pasado 15 de mayo, día de San Isidro Labrador y segunda fiesta más importante del año. Entre los jóvenes que se drogaban en la calle y que Leonardo remitió a la delegación por armar escándalo, se encontraba Martín.

Martín Gabriel Juan es otomí de 18 años que regresó luego de haber migrado a Estados Unidos. Vive en Barrio VI con sus cinco hermanos y empezó a drogarse a los 15 años. Su mamá tiene campo y siembra maíz, su papá está en Estados Unidos; los dos años y medio que estuvo allá con su papá, no se drogó. Pero ahora que volvió, recayó.

Estudiaba la primaria en Santiago Mezquititlán pero se fue a la capital queretana con una tía que le enseñó a limpiar parabrisas en el crucero de Zaragoza y 5 de Febrero. Ganaba entre doscientos y trescientos pesos diarios que le servían para casa, escuela, ropa y zapatos. Terminó primero de secundaria y ya no va seguir. "Antes de que me drogara iba a jugar futbol los domingos; entre semana no hay nada que hacer así que le ayudaba a mi familia en el campo a sembrar o cosechar". Se quedó en Santiago Mezquititlán y empezó a drogarse con sus amigos.

"Ya iba a cumplir los 16 años y mi papá me llevó a Querétaro a trabajar de chalán en una construcción; duré tres meses, la mitad de mi dinero era para mí y la otra mitad para la casa o para comprar comida a los borregos".

"Durante la cosecha, en octubre, y cuando trabajaba en la obra ya no me daban ganas de inhalar drogas porque estaba en chinga todo el día; mi papá me decía que estaba bien, que para qué estaba en Santiago nomás drogándome". Después se fueron a Estados Unidos.

Martín Gabriel regresó de Winsconsin en mayo para las fiestas y al PVC. Desde entonces no ve a su papá y piensa buscar trabajo en Querétaro o cruzar otra vez la frontera, porque en su pueblo no hay nada. "No me quiero ir para el Distrito Federal con mi tía porque ella y su esposo también se drogan; yo se que puedo dejar las drogas porque ya tenía más de dos años que no inhalaba; mi mamá también me dice que sí puedo".

EL ALCOHOL Y LA MUERTE

La última fiesta religiosa importante del año es el 8 de septiembre. Pero hay una época en la que también se festeja: la temporada de graduaciones.

En Santiago Mexquititlán la escolaridad promedio es de primaria. Cuando un joven termina la secundaria es un verdadero acontecimiento cuyo festejo puede durar incluso semanas si el alcohol está presente.

En una tienda de abarrotes venden cerveza clandestinamente; son las cuatro de la tarde y ya hay tres parroquianos con su cerveza. Llega uno más, ebrio; les dice que hoy toca cerveza, normalmente toma "arranca motores": alcohol de 96º que comparte con su tractor para que encienda; es campesino y sabe tejer bejuco para muebles. Al notar mi presencia, empiezan a hablar en otomí; algunas palabras las alternan en español y se alcanza a entender que uno dice "no soy delincuente".

El hombre que atiende la tienda es muy conocido en el barrio y solicita que no se mencione su nombre porque le "pueden clausurar el negocio". La entrada de la tienda da a una calle de terracería por donde pasan caminando familias que van o vienen de la parada del camión; los primeros, se despiden. "¿Vienes crudo? tómate una" les dice el tendero. A los que regresan, la pregunta cambia "¿No quieres una chevecita?". Al lado de la tienda, bajo un árbol se sienta un grupito a tomar su pulque, que ya traían bajo la chamarra para que no se caliente.

Raymundo Martínez Vega nació en Santiago Mezquititlán, es campesino de 49 años pero de su tierra sólo obtiene maíz para el autoconsumo; el fertilizante, dice, le sale más caro que lo que gana de vender el maíz. Tiene siete hijos de los cuales tres todavía van a la escuela.

Su vida cotidiana es ir a cuidar su tierra, ya sea el riego, barbecho, siembra o cosecha dependiendo de la época, e ir a las juntar de la escuela de sus hijos, actividad que alterna con su esposa.

En la reciente fiesta de fin de cursos, agarró la botella y no la soltó. "Fui a la fiesta de fin de cursos con mi familia. Ahí empecé a tomar y pues, hice mis cuentas y duré diez días tomando. Como dos veces no llegué a mi casa". Ya cumplió su periodo de rehabilitación en el anexo de Amealco.

"Yo francamente le entraba a todo. Si me ofrecían una copa de alcohol del 96, pues le entraba; y si me ofrecían una cerveza, le entraba; y si me ofrecían un pulque, pues también. Para qué lo voy a negar. La droga, eso sí nunca, porque yo ya sabía que con el alcohol podía controlarlo más, pero la droga no. En unas ocasiones así me pasaba, mis borracheras duraban diez días pero pasaban meses en que no agarraba nada de alcohol; pero si una fiesta, tomaba".

El método de Raymundo para dejar de tomar es que, después de una semana de estar borracho, poco a poco baja la dosis de alcohol. De lo contrario, termina en el hospital.

"Un amigo mío llegó temblando crudo a pedirle a mi esposa un vaso de agua, yo le dije a ella que no le diera agua pues en ese estado, lo mejor era darle alcohol; si el agua está muy fría le puede dar un infarto entonces yo tenía una botella, le serví una copa y se le quitó la temblorina. Yo sé que lo estaba dañando, pero también le hice un favor".

"¿Qué por qué hay tanta drogadicción en Santiago? Pues yo creo que los que se están enseñando le invitan a otros, como en el caso mío del alcohol, que me decían: ¿no quieres un trago? O cuando alguien anda crudo, le ofrecemos un trago y así se va siguiendo. Pero ninguno de mis hijos se droga, no, ellos no".

Adrián Celedonio Fernández es el sacristán de la iglesia. Atiende una peluquería en su casa y también tiene una funeraria: según su testimonio, la gente de Santiago Mezquititlán se muere de dos cosas: de diabetes o de alcoholismo. Su esposa, que prefiere hablar otomí pero entiende bien el español, se ríe cuando Adrián afirma que no toma. La risa de su esposa lo toma por sorpresa y debe confesar que sí agarraba la borrachera por días enteros. Pero ya no...

Adrián ha trabajado en la delegación y es líder en su comunidad. Afirma que la gente de Santiago es trabajadora pero no tiene visión de futuro, "lo que ganan se lo gastan en el vicio, no piensan en su familia, gastan el dinero y no ahorran". Él no. El le heredó un oficio a su hija que estudió para cultora de belleza en Temascalcingo; él logró que su hijo tenga un trabajo fijo en San Juan del Río. No les ha regalado nada "yo tengo mi casa, levanté los cuartos, yo los hice, pero que mis hijos hagan su casa, yo no les voy a dar nada porque todavía estoy fuerte, puedo trabajar".

En 2010 se reportaron en Amealco de Bonfil 39 defunciones por cirrosis, una tasa de 68.3 por cada 100 mil habitantes.

Los Centros de rehabilitación

De acuerdo con el directorio de Centros de Atención y Tratamiento en Adicciones publicado por la CECA en 2010, de los 51 que hay en el estado, Amealco cuenta con un Centro de rehabilitación que funciona bajo la figura de "anexo". El 11 de agosto se colocó la primera piedra de lo que será el Centro de Rehabilitación Municipal de Amealco "Un nuevo amanecer", construido en colaboración con el gobierno municipal que donó el terreno y "Fundación Río Arronte". Al acto acudió el presidente municipal, Rosendo Anaya, quien comentó que por años los amealcenses han sido señalados como los principales causantes del problema de alcoholismo en Querétaro, "los pocos más de 60 mil habitantes del municipio de Amealco, representamos sólo el 3% del total de la población del Estado". Desestimó los señalamientos: "la última Encuesta Nacional de Adicciones arrojó que el 54% de la población de Querétaro que accede a los Centros de Integración Juvenil por alcoholismo, corresponden al nivel medio alto, y la población de Amealco está situada en el nivel socioeconómico bajo". Sobre drogas, nada dijo.

Se les llama Anexos a aquellos recintos de internación que no cumplen con la Norma NOM-028, que determina los requisitos mínimos que el adicto requiere en su recuperación. El de Amealco fue fundado el 24 de mayo de 2010 y tiene capacidad para 40 personas; no pertenece al gobierno, es una Institución de Asistencia Privada (IAP) a nombre de Vicente Córdova -según el directorio de Centros de Atención y Tratamiento en Adicciones-, pero es Alfredo Elizondo quien recibe a la reportera. El inmueble es prestado.

El interno del anexo se levanta a las 7 de la mañana. Después asiste a una junta de información; desayunan y nuevamente otra junta. La comida es al mediodía, después viene una junta más, refrigerio y "el estelar": la reunión en la que vienen los familiares y otros adictos que ya se han recuperado. Luego, a dormir. En la sala de reuniones hay letreros colocados en las paredes donde se pueden leer frases como: no llores por lo que perdiste, lucha por lo que aún te queda o si no vienes a las reuniones no preguntes por qué recaes.

Los días de visita sólo vienen familias que tienen algún interno por primera vez; a los reincidentes nadie los visita. La psicóloga también dejó de ir. El tratamiento se enfoca en identificar la razón de la adicción. Alfredo explica "Aquí no hay un caso más dramático que el otro; lo peor que uno se imagine, aquí es normal. En las vidas de los internos todo ha sido abuso, maltrato, violación, violencia. Hay familias donde no hay papá o mamá, los hijos se crían con la abuela, con los tíos y hasta con el vecino. Es muy difícil lograr que externen sus experiencias, que se reconcilien y reencuentren consigo mismos". La principal causa de la reincidencia es que no hay trabajo "el adicto recuperado no encuentra nada en lo que pueda enfocar su vida".

La comida se las dona Alimentos para la Vida (Alvida), que recolecta lo que en los supermercados no se vende. Al anexo les llega desde yogurt hasta pasteles para algún cumpleaños. Alfredo muestra la cocina, en el segundo piso, donde hay varios refrigeradores, mesa y sillas; huevo, leche, pasteles, papas, pan y agua; los internos comen pollo los viernes.

Los internos ya están reunidos en la sala de juntas. La mayoría de ellos son gente de campo; sus edades son variadas y sin embargo, incalculables. Uno por uno va resumiendo en una frase su vida a manera de presentación:

El que tiene siete hijos, pero prefiere el alcohol.

El joven de 19 años que no suelta la lata de PVC.

Desde el rincón, tembloroso, intenta alzar la mano un hombre que ha tenido convulsiones por la abstinencia.

El que tiene insomnio y bebe para dormir.

El que su esposa trabaja para mantenerlo porque él dice que está enfermo.

Un joven bien vestido que llegó ahí por voluntad propia.

De los 15 que hay, tres son de Santiago Mezquititlán.

EL TIEMPO LIBRE

La biblioteca abre a las 9 de la mañana; tiene 120 metros cuadrados y su acervo es de cinco mil ejemplares; bajo una mesa, amontonados están algunos títulos de escritores queretanos publicados por el Fondo Editorial; en sus anaqueles hay literatura universal, arte, historia y temas relacionados con la educación secundaria y preparatoria: física, química, matemáticas... hay de todo.

Rosario asegura que al día hay unos cien visitantes, pero la hoja de ayer en la libreta de registro tiene sólo ocho nombres. Los libros que más piden, dice, son El Quijote, Tom Sawyer y Hamlet "porque hacen una obra de teatro en la escuela". Pero lo que más consultan es el Internet, reconoce Rosario. Tal vez por eso ha habido tan pocos visitantes.

Rosario no nació en Santiago Mezquititlán, pero define a los lugareños como gente amable, no conflictiva; de los jóvenes, puras flores "aquí no hay problemas, los jóvenes vienen a la biblioteca, no hay drogas... si quieres saber más sobre ellos, pregúntale al delegado porque yo no te puedo decir".

Rosario no se acuerda cuándo hubo una obra de teatro en la comunidad diferente a la que los jóvenes le dicen que deben montar en la escuela; tampoco un concierto que no fuera baile. En general, el tiempo libre lo ocupan en estar en la plaza, aunque no todos los días.

Los habitantes de Santiago Mezquititlán ocupan el domingo para hacer vida social después de acudir a misa. En la plaza se venden víveres, ropa, discos pirata, pulque, micheladas y elotes. Pero el movimiento termina a eso de las 5 de la tarde cuando toman el autobús que los llevará de vuelta a la ciudad y sus trabajos.

Es mitad de semana y la lluvia ha hecho correr a quienes caminaban por la plaza. Don Eusebio Ramírez fue maestro por 36 años y ahora sólo se sienta a ver pasar a la gente; apenas puede llegar a la puerta de su casa para protegerse de la lluvia. Tiene 95 años y está casi sordo. Su casa de teja y sillar se ubica justo en el entronque que sube a Barrio II sobre la carretera; pasa el día sentado viendo el ir y venir de los carros. El cielo se ve despejado y cuando cesa la lluvia, por todo el valle frente a la plaza se forma un arcoiris que roba las miradas de quienes se resguardaban bajo los portales amarillos de la delegación.

Ya no llueve y don Eusebio regresa a su banquito. Hay que hablarle a gritos pero no usa lentes y su voz es clara "hasta que fui a la escuela aprendí a hablar español, antes era puro otomí" dice al saberse entrevistado. A don Eusebio no se le olvida cuando empezó a dar clases: fue en 1942. "nadie de los demás maestros aguantaba, pero yo duré porque sí sabía hablar otomí, eso me ayudó a comunicarme con la gente". Don Eusebio está orgulloso de algo: "fui el primero que dio clases a niñas, yo enseñé a muchas a leer y escribir". También se lamenta y se consuela "ahora todos hablan nomás español, pero hay más escuelas y tenemos hasta preparatoria; los jóvenes se preparan". No dice más, al parecer, le avergüenza que los gritos de quien le habla atraigan las miradas de la gente que pasa.

Pocas semanas después, don Eusebio moriría.

De acuerdo con la titular de la Secretaría de la Juventud, Andrea Spínolo, la dependencia a su cargo trabaja en conjunto con la Secretaría de Salud para atender el problema de la drogadicción en jóvenes, con proyectos como Somos Decisión "el cual lleva información puntual sobre la prevención de adicciones, violencia en el noviazgo y prevención de embarazos en mujeres jóvenes; llevamos diferentes foros y pláticas a jóvenes principalmente de secundaria y preparatoria" sostiene en entrevista. "Hemos estado... no quiero darte una cifra errónea, pero en una cantidad importante en el municipio de Amelado y hemos logrado impactar de esa manera", abunda.

La funcionaria explica que en Querétaro hay 23 mil jóvenes indígenas que hablan su lengua o siguen involucrados con sus raíces; con el apoyo de comités en comunidades de San Ildefonso y Santiago Mezquititlán, en Amealco, así como de los municipios de Cadereyta y Tolimán organizarán un encuentro, en colaboración con el DIF estatal, "para que los jóvenes que lamentablemente no tuvimos la oportunidad de nacer con este tipo de tradiciones, las conozcamos de voz de los jóvenes indígenas".

¿Ha ido la Secretaría de la Juventud a Santiago Mezquititlán a ofrecer pláticas sobre prevención de adicciones? ¿tiene conocimiento la Secretaría del problema de drogadicción que hay en esa comunidad?

"Sí... estoy segura que sí hemos ido; tenemos algunas encuestas de salida que son las que nos ayudan a medir el impacto de estas pláticas y con mucho gusto te las puedo mandar".

En el documento enviado por correo electrónico, se citan los diferentes programas de la Secretaría pero no especifica que alguno haya sido aplicado en Santiago Mezquititlán, excepto el de reforestación. Dicho informe enumera que han sido impartidas 30 pláticas en Amealco a "distintas escuelas" con una incidencia de 1,323 jóvenes; los temas han sido trastornos de la alimentación, relaciones interpersonales, salud e higiene en la adolescencia y sexualidad.

Es viernes y la plaza de Santiago Mezquitlán brilla bajo el cielo despejado. El sol hacia el poniente pinta de ámbar el valle y la gente se sienta a contemplarlo. De los autobuses se bajan jóvenes que durante la semana trabajaron en Querétaro o en el Estado de México, dependiendo de la dirección de donde venga el autobús. Ya los esperan sus amigos, que se apuran a saludar a los recién llegados. Algunos, sacan su lata amarilla y comparten la mona.

Fuente: Diario de Querétaro    
Categoría: RIESGOS ASOCIADOS AL EXCESO EN EL CONSUMO    





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