Saber del mundo

Última actualización [29/07/2007]



Rodenstock: se estrecha el círculo
¿Falsificaciones ''a gogó''?

Giles Whittell

Hace un año, un antiguo agente del FBI, de nombre Jim Elroy, tomó un vuelo en Miami con un magnum de vino de Burdeos valorado en 33.000 dólares dentro de su equipaje de mano. Se dirigía a París. Desde allí continuó hacia la capital bordelesa, donde tenía que encontrarse con un físico que trabajaba en una universidad. Los dos salieron de la ciudad en dirección este, atravesaron los viñedos de Entre-Deux-Mers y llegaron a los edificios rústicos que se enseñorean de las 11 preciadas hectáreas de Château Petrus, acaso la bodega más célebre del mundo. Allí, Elroy fue recibido por un equipo de abogados y enólogos. En la biblioteca del château, evaluaron el corcho del magnum e inspeccionaron su etiqueta y su tapón metálico por medio de rayos ultravioleta. En unos minutos, dictaminaron que era una falsificación. Hábil, pero falsa.

Sin embargo, ni siquiera era tan hábil como pensaban. Los expertos le podían haber dicho a Elroy algo más antes de que saliera de Miami: se suponía que el vino era de 1921, y es casi seguro que Château Petrus, casi desconocida fuera de los círculos enológicos más exclusivos hasta que los Kennedy comenzaron a beber sus caldos en los 60, no produjo magnums hasta después de la guerra.

Aquel día de primavera, a Elroy y a su cliente les pareció que quedaba zanjado lo que pensaban que era uno de los fraudes más audaces nunca perpetrados en el mundo del vino; una broma de 20 años de duración que afectaba a las grandes bodegas de Europa y las repletas cuentas bancarias de América. Sin embargo, hay otra manera de ver las cosas. Se podría decir que aquel día significó una escalada en la batalla personal que se dirimía entre la reputación de un hábil coleccionista de vino alemán y la de un multimillonario de Florida.

El nombre del coleccionista es Hardy Rodenstock, aunque en realidad de nacimiento se llamaba Meinhard Goerke. El multimillonario es Bill Koch, de West Palm Beach, antiguo ganador de la Copa América y también coleccionista de vino. Incluso si se cuenta con las falsificaciones que todavía está tratando de descubrir, su bodega de 17.000 botellas vale más de 10 millones de dólares, segúnha declarado él mismo a 'The Times'.

Koch acusa a Rodenstock ante los tribunales de Manhattan de falsificar varos de los vinos más caros que se han vendido en una subasta, entre ellos una botella de 105.000 libras que Malcolm Forbes adquirió en Christie's en 1985 (y, antes que él, Thomas Jefferson, según sostiene Rodenstock) y cuatro botellas que Koch compró por más de medio millón de dólares.

Rodenstock niega las acusaciones, pero el impacto que está teniendo el caso en el reducido mundo de la extravagancia prodigiosa y la hipérbole melosa ya se ha hecho visible. Ha desencadenado en Nueva York una gran investigación en la que Christie's, entre otras casas de apuestas, está ayudando al FBI con sus propias pesquisas. El caso también ha destapado lo que, según insisten los más grandes de la industria, es un aumento a escala mundial de las ventas de vinos falsificados, motivado por la demanda galopante que hay de los mejores tintos de Burdeos y facilitado por la "megarriqueza" de los nuevos coleccionistas, para quienes ya no es extraño gastarse medio millón de libras e iniciar una bodega, tengan o no alguna idea de vinos.

De acuerdo con David Molyneux-Berry, ex responsable de los vinos en Sotheby's, para los falsificadores son especialmente atractivas 20 marcas de élite, incluidos todos los legendarios châteaux de Burdeos. Entre 50 y 100 más son propicias para la falsificación, pero con ellas se practica menos, porque los márgenes de beneficio en la cima del mercado son mucho mayores.

Si fuera auténtico, el Petrus de 1921 de Koch debería tener un sabor "fuera de este mundo", afirma Robert Parker, el gurú estadounidense del vino. Y hoy por hoy podría valer 40.000 dólares.

Para quienes dispongan de fortunas importantes, nervios de acero y asesoría sólida como una roca, hay inversiones en vino que no se pueden dejar pasar. "El mercado está muy, muy fuerte", me contó un inversor. "Si piensas que se compran Picassos por 50 millones de libras, pagar 12.000 por una caja de Lafite de 1982 es una auténtica ganga".

Ésta es una razón que explica el que las ventas mundiales de vinos excelsos se duplicaran el año pasado hasta mover 124 millones de libras, aunque la vanidad es otra de ellas. Especialmente en China, dice Molyneux-Berry, los magnates "quieren que se les vea bebiendo lo mejor, incluso aunque a lo mejor no sepan apreciarlo y ni siquiera les guste".

Sin embargo, para aquéllos que juegan más de lo que pueden permitirse perder, o bien se fían demasiado de lo que les dicen sus agentes, los resultados pueden ser desastrosos. Por ejemplo, desde 2000, Russell Frye, un magnate californiano del software, se ha gastado 565.000 dólares en vinos anteriores a 1962 que compró a un solo comerciante estadounidense a quien ahora ha demandado judicialmente porque el 90% de él es o falso o demasiado sospechoso para poder venderlo en una subasta.

Esta semana, Serena Sutcliffe, responsable de vinos en Sotheby's, comentó que la industria no está haciendo todo lo que podría para combatir "la proliferación de vinos extraños". El año pasado, 'Wine Spectator', la conocida publicación estadounidense, estimaba que el 5% de los vinos de añadas escasas que se venden sin intermediarios o en subasta son una impostura.

Igual que el arte bueno, el buen vino tiene mucha demanda entre los inversores enriquecidos de Asia, Sudamérica y Londres, además de entre los estadounidenses. Pero, a diferencia del arte, aquí no hay un registro oficial. Es imposible autentificar el líquido una vez embotellado a menos que se quite el corcho, y las reservas disminuyen a medida que el vino se va bebiendo y las añadas más antiguas "desaparecen". La consecuencia ha sido un repunte espectacular de los precios.

Por supuesto, uno todavía puede adquirir a buen precio un vino excelente y digno de confianza. Joss Fowler, de Berry Bros and Rudd, explica que los mejores comerciantes británicos tienen por costumbre enviar por correo electrónico a sus competidores fotografías de cualquier botella remotamente sospechosa, para que la cotejen. La mayor parte de los burdeos que tiene BBR se compran directamente de los châteaux, y se almacenan con "números de rotación" específicos para cada botella. Fowler dice que lo único que normalmente no haría para comprobar la autenticidad de un vino es bebérselo: "Si abrieras una botella, perderías casi todo tu margen de beneficio [sobre una caja]". Aun así, afirma, "no creo que haya por ahí tanto [fraude] como la gente podría pensar... lleva mucho trabajo falsificar una botella de vino. Es una tarea difícil".

Acaso lo sea. Pero eso no disuadió de su propósito a quienes falsificaron las 20.000 botellas de Sassicaia que en 1995 se encontraron en una bodega toscana; o las casi 12.000 de burdeos que en 2001 se pusieron a la venta en Hong Kong a 20 veces su valor real; o los 6,6 millones de Falanghina falseado que las autoridades retiraron en Italia el año 2005.

La lista no termina ahí. La cuestión que tiene absorbido al mundillo cerrado y competitivo hasta el paroxismo de los buscadores de vinos premiados es si esa lista debería incluir el bello y polvoriento alijo de botellas que Hardy Rodenstock sostiene que el tercer presidente de Estados Unidos compró en vísperas de la Revolución Francesa y que 160 años después fueron escondidas de los nazis en una bodega tapiada del Marais.

Es imposible comprender el fenómeno Rodenstock sin hacer referencia a la cata de siete días que ofreció a 90 invitados del 30 de agosto al 5 de septiembre de 1998 en el Hotel Königshof de Munich. Hubo siete cenas, siete interludios musicales, cinco comidas, cinco catas de 125 añadas de Château d'Yquem (el vino blanco más costoso del mundo) y catas de otros 175 vinos singulares, muchos de ellos imposibles de obtener en el mercado. Allí estuvo Franz Beckenbauer, y también el doctor Wolfgang Porsche, de la marca homónima de coches, así como la crema de los críticos y coleccionistas de vinos de Europa y Estados Unidos. Llevó dos años planificarlo. Todos los invitados, por decirlo suavemente, quedaron anonadados.

Según Molyneux-Berry, Rodenstock, cuando todavía no había cambiado de nombre, gestionó antaño la etapa alemana de una gira de los Rolling Stones y vendió a Cadbury's avellanas al por mayor. Desde luego, como promotor de música pop hizo el dinero suficiente para financiar su afición al buen vino. Asegura que, ya consagrado como un extravagante coleccionista, en marzo de 1985 le hablaron de la colección "Jefferson". Nunca ha revelado quién le informó ni tampoco la dirección de la bodega tapiada, pero, nueve meses más tarde, Christie's vendió la primera botella del lote, marcada con las iniciales Th. J., presentándola como un Château Lafite de 200 años. Se pagaron 105.000 libras, un precio que sigue ostentando el récord por una sola botella.

La botella fue autentificada por el entonces responsable de vinos de Christie's, Michael Broadbent, que ahora, a sus 79 años, continúa en el consejo de dirección de la casa de subastas. En una declaración jurada, Richard Marston, antiguo detective de Scotland Yard contratado por Bill Koch y que le entrevistó en 2005, afirmó: "Broadbent dijo que... siempre le preocupó el hecho de que Rodenstock no le revelara dónde había 'encontrado' exactamente las botellas".

También se ha llegado a saber que la Fundación por la Memoria de Jefferson, con sede en Monticello, Virginia, envió a Rodenstock un informe detallado en abril de 1986, en el que constataba que su vino "Jefferson" no aparecía en los meticulosos registros del presidente; tales documentos no reflejaban ninguna compra de Château Lafite y tampoco había pruebas de que Jefferson grabara sus botellas de vino con sus iniciales. Aun así, fiándose de su propia validación de autenticidad, Christie's vendió otras dos botellas del vino ocho meses más tarde.

Gracias a Jefferson, Rodenstock se convirtió en una celebridad en el mundillo, y pronto se le empezó a apodar el Indiana Jones de los vinos insólitos. Asegura haber descubierto una colección que perteneció al zar Nicolás II y que el KGB no encontró nunca, y también un alijo de champán viejo en Venezuela.

Bill Koch ya era entonces cliente suyo, aunque a través de intermediarios. Había adquirido sus cuatro "Jeffersons" por medio millón de dólares en 1988 y durante 17 años disfrutó mucho enseñándoselos a los invitados en su mansión de Florida. Luego, un museo de Boston que tenía intención de exhibirlas le pidió detalles de su procedencia y él se dio cuenta de que no podía proporcionárselos.

Como el que Rodenstock se lo garantizara por escrito no logró satisfacerle, Koch puso en marcha su investigación contratando los servicios de Elroy, Marston, Molyneux-Berry, un antiguo agente del MI5, el grabador que labró el regalo de boda oficial del Gobierno estadounidense al Príncipe Carlos y Diana de Gales y un laboratorio de física nuclear situado en los Alpes italianos. Su misión consistía en descubrir el origen de las botellas de Jefferson y, de paso, limpiar el comercio de los vinos excepcionales.

El equipo de científicos se llevó la botella que había adquirido Forbes por 105.000 libras. El laboratorio confirmó que el vino que contenía era anterior a 1945 porque carecía del tipo de isótopos de cesio que sólo se hallan presentes en la atmósfera desde la bomba de Hiroshima. Sin embargo, el grabador, Max Erlacher, determinó que las incisiones sólo podía haberlas hecho una fresa de diamante como la de los dentistas, y no un torno de cobre de los que había a finales del siglo XVIII. "Es una falsificación", declaró a 'Stern'.

¿Pero por qué iba a arriegar Rodenstock su reputación y quizás su fortuna con un engaño tan sonoro, si es que fue realmente eso?

"Mi teoría preferida es la de que fue una broma", dice Bert Gamerschlag, que entrevistó a Rodenstock para 'Stern'. "Lo que hace que estas botellas sean tan preciadas son las iniciales grabadas en ellas... y hay que tener en mente cómo son los americanos. Tiene que haber habido algún estudio serio. ¿Y a quiénes les podría apetecer burlar a los americanos? Pues a los europeos... pero todo se fue de las manos cuando alguien pagó 105.000 libras por una botella".

Koch declaró esta semana a 'The Times' que sus investigadores han identificado una casa alquilada de Múnich donde sostiene que se falsificaron las botellas. Esgrime la provocadora tesis de que "debieron de comprar unas cuantas botellas de añada de Burdeos, con corchos y tapones antiguos, y luego las llenaron con vino añejo y grabaron las iniciales. El cómplice de Rodenstock es un dentista que posee herramientas para hacerlo".

Rodenstock no respondió a las llamadas que le hizo 'The Times' a su residencia de Kitzbühel, pero, en unas fotos singulares que la revista 'Stern' publicó ala semana pasada da la impresión de ser, a sus 65 años, exactamente el mismo anfitrión encantador que recuerdan sus invitados.

Rodenstock sigue insistiendo en que todo su vino es auténtico, aunque la historia de cómo llegó hasta las botellas "Jefferson" ha variado al menos un par de veces desde que se vendió la primera. A un comprador indio le dijo que, en realidad, las encontró su padre al entrar en París con una división Panzer en la II Guerra Mundial, y que la historia de la bodega tapiada fue una tapadera para evitar que le reclamaran las botellas por tratarse de un botín nazi.

Koch también ha tenido que cambiar la historia que contaba: "La gente que venía por primera vez a mi casa me preguntaba si podía ver las botellas Jefferson, y yo les decía: 'Claro'. "Y todavía están allí, así que ahora les digo: 'Déjenme enseñarles las botellas de pega'". Se oye una risa al otro lado del teléfono. Pero, desde luego, no es una risa que debiera convencer a Rodenstock de que Koch tiene alguna intención de abandonar la pelea.

Fecha de publicación: 20.03.2007

FUENTE:    The Times/El Mundo

El Mundo Vino/Reportajes/Cultura del Vino

http://elmundovino.elmundo.es/elmundovino/noticia.html?vi_seccion=2&vs_fecha=200703&vs_noticia=1174383960