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Última actualización [13/05/2007]



Recorrido por Mendoza

Chris Moss

Donde el vino fluye como agua


Chris Moss

ARGENTINA
En la estación de autobuses de Mendoza hay dos tipos de turistas. El primero y más heroico, desde mi punto de vista, es el formado por los intrépidos y atléticos mochileros que se dirigen al cerro Aconcagua, de 6.960 metros de altura, ''techo de las Américas'' y pico más alto del continente. No se trata de simple montañismo, ya que la subida de este cerro es una de las más duras del mundo; y, a juzgar por la cantidad de cabellos rubios y accesorios deportivos de marca que se ven, se ha puesto de moda entre los viajeros que ahora inundan una Argentina más barata que nunca. El segundo grupo, cuyos integrantes arrastran los pies y miran al suelo mientras sacan su equipaje del autobús, nunca pasa de las estribaciones de las montañas, salvo que lo lleven sobre ruedas. Somos los epicúreos, los haraganes que hemos venido a disfrutar del permanente sol, de la comida de la zona y, por encima de todo, de lo que se podría considerar nuestro cerro particular: el vino de Mendoza.

Argentina tiene viñedos desde el norte de la Patagonia hasta los valles subtropicales de Salta, en el noroeste; pero la provincia de Mendoza, con más de 72.800 hectáreas cultivadas y productora de 1,3 millones de toneladas de uvas, es la más importante de todas las zonas vitivinícolas, y la ciudad de Mendoza, la capital vinícola del país. Vinos como Argento, Norton y Santa Julia proceden de los 16 departamentos de Mendoza en los que se produce vino, departamentos que comparten los valles de los ríos y las llanuras de regadío con viñedos más pequeños, tipo ''boutique'' y un sinfín de productores vinícolas concentrados en el consumo local. La fiesta nacional de la vendimia, que se celebra entre finales de febrero y principios de marzo, es el verdadero carnaval de Mendoza.

Al parecer, no siempre fue así. Según Carolina Scappini, nuestra guía, los conquistadores españoles y sus descendientes, que crearon Buenos Aires, prefirieron beber vinos ibéricos, italianos y franceses durante 300 años. Sin embargo, la uva criolla española ya se había plantado aquí en 1553 y era vendimiada por los jesuitas.

"El vino local era para los gauchos, y lo bebían en cantidades tan elevadas que se destrozaban las papilas gustativas", afirma Scappini. Pero desde mediados del siglo XIX, cuando se fundaron bodegas pioneras como las de Juan Carlos Graffigna, Luis Tirasson (que comerciaba como Santa Ana) y Rodolfo Suter, y hasta mediados del siglo XX, empezaron a cambiar las actitudes y la técnica relacionadas con la producción del vino. La inmigración masiva llevó europeos a Mendoza y, poco a poco, las variedades europeas comenzaron a remplazar la uva criolla, y se fueron produciendo vinos más parecidos a los de Burdeos y Borgoña.

La demanda aumentó en la capital, donde florecían el puerto y el tango, y la población aumentaba rápidamente. Mendoza se convirtió en un mosaico de departamentos vinícolas, y la chenin, la syrah, la cabernet y, sobre todo, la malbec y la torrontés reemplazaron a la casta criolla como variedades fundamentales de la región vinícola más importante de Sudamérica.

Los viñedos Valentín Bianchi, de San Rafael, se extienden por un paisaje exuberante rodeado por las elevadas pendientes de una conocida estación de esquí. El orgullo que despierta el producto nacional es evidente. Bianchi llegó a Argentina desde Puglia (Italia) en 1910 y trabajó en banca y en construcción, además de dirigir una empresa de autobuses, antes de lanzar su etiqueta Super Medoc.

Tuve ocasión de probar el Elsa Malbec de 1998, que según Scappini es "muy lindo", como todo lo demás en Argentina. Pero no es solamente muy lindo, sino también sutilmente afrutado, denso y profundo, con un fondo de roble (aunque no tanto como antes, gracias a Dionisos) y deliciosamente carnoso. No es extraño que el malbec, que en Sudamérica está mucho más de moda que en Europa, sea el vino preferido por los carnívoros: es lo más cercano a la sangre divina a la que se rinde culto en las incontables parrillas del país y en todas las barbacoas familiares.

Chandon, en la finca Agrelo de Luján de Cuyo, a 17 kilómetros al sur de Mendoza, es otra bodega importante; en este caso fue fundada por la afamada empresa francesa a finales de los años 50 del pasado siglo. Una excelente gira con explicaciones en inglés ofrece datos sobre los procesos y sobre la forma de explotar la amplia gama de temperaturas disponibles en las regiones andinas en las diferentes uvas; pero el énfasis se pone, naturalmente, en los vinos espumosos, que son por lo menos tan buenos como los que he probado en Gran Bretaña y, me atrevería a decirlo, en Francia. Además, en una muestra de respeto por sus antepasados franceses, la empresa usa el término ''champaña'', y no ''champagne'', para referirse a ellos

No todos los productores de vino tienen unas instalaciones orientadas a los turistas. El vecino de Chandon, la bodega Catena, está más concentrada en dominar el mundo que en entretener a los gringos, pero visitarla merece la pena aunque sólo sea para disfrutar del edificio, construido a imitación de una pirámide maya.

El vino es agua en Mendoza. Esta es una provincia desértica, protegida de las lluvias por el gran muro de los Andes, que obliga a las nubes a depositar su contenido en Chile. El seco y cálido viento de la zona, llamado ''zonda'', sopla de tal forma aquí y en la vecina provincia de San Juan (también una importante zona vitivinícola) en otoño y en invierno, que si alguien quisiera ver paisajes verdes y arbolados tendría que seguir a los montañeros que se dirigen a las cumbres.

En las bodegas Selentein, uno de los viñedos más populares entre los aficionados al turismo en grupo, el dinero holandés, la experiencia francesa y la sabiduría agrícola argentina han conseguido crear una firma estridentemente moderna, cuyo edificio central fue descrito por el crítico vinícola Christopher Fielden como "la nave de una especie de catedral futurista", a la vanguardia de la competencia local e internacional. Situada a 1.200 metros sobre el nivel del mar, es un lugar precioso para visitar las frías bodegas y beber en su bonita vinoteca, una tienda-bar donde se muestran las últimas marcas.

Si el visitante no puede viajar muy lejos, también hay viñedos en la propia ciudad de Mendoza. Las bodegas Santa Ana y Escorihuela se encuentran en las afueras de Guaymallén y Godoy Cruz, respectivamente, adonde se puede ir andando, o en autobús o taxi. Escorihuela, fundada en 1884, se vanagloria de un buen museo del vino y de un restaurante. Además, la bodega La Rural, en Maipú, también en las cercanías de Mendoza, tiene igualmente un museo y es el hogar de los excelentes vinos Rutini.

Para bajar el vino y la carne, fui a dar una vuelta. Al principio tomé un autobús que subía por la cordillera, hasta Puente del Inca. La carretera gira y vuelve a girar, en paralelo a los tristes restos del ferrocarril de Buenos Aires al Pacífico, que se inauguró el siglo XIX para conectar las capitales de Argentina y Chile. En Los Penitentes, unas enormes formaciones rocosas asemejan monjes con hábitos, y en Puente del Inca cabe destacar una notable roca sedimentaria, de tonos naranja y violeta, formada por la acción de aguas termales sulfurosas, sobre los restos con forma de puente de un volcán extinguido hace mucho tiempo. En invierno, la gente viaja a la zona para esquiar; en verano hace rafting y monta a caballo. Pero preferí dar un paseo por el Parque Provincial Aconcagua, que al igual que la montaña podría deber su nombre a una voz mapuche que significa "el otro lado" o a un término quechua que se traduciría como "el vigilante de piedra".

Tras varios días de beber en los desiertos y en los oasis de los viñedos, decidí echar un vistazo a la nieve y a los cóndores de la laguna Los Horcones, a menos de dos kilómetros de la carretera principal. Unos gauchos ascendían a caballo, guiando a un grupo de turistas y tal vez "haciendo de José de San Martín" y cruzando los Andes en honor al gran libertador argentino.

Al anochecer, las pizzerías y las parrillas de Mendoza son una tentación para los viajeros procedentes de países con una moneda fuerte, que pueden dedicarse a disfrutar de los buenos vinos, las tiernas carnes y las sabrosas ensaladas. Mientras disfrutaba de una última botella de un Norton más que aceptable, consideré la posibilidad de ir de excursión o alquilar una mula y subir a las alturas del Aconcagua. Pero sabía que, al alcanzar la frontera, también sentiría la tentación de descender al otro lado de las montañas y repetir la relajada experiencia en los igualmente florecientes viñedos y vinotecas chilenos.
Fecha de publicación: 29.04.2004


FUENTE: The Guardian/El Mundo/El Mundo Vino/Viajes/Resto del Mundo
http://elmundovino.elmundo.es/elmundovino/noticia.html?vi_seccion=15&vs_fecha=200404&vs_noticia=1083219459