Saber del mundo

Última actualización [13/02/2005]



Copas de Cava o de Champaña



Ni anchas, ni ''flautas'', y siempre asidas por el tallo


Caius Apicius

Me da la impresión de que, como era de esperar, la idea de prescindir del cava catalán en estas fiestas se ha visto coronada por el más estrepitoso de los fracasos... a no ser, que no creo, que todas las copas llenas de líquido dorado y con burbujas que se han visto contuvieran champaña, cava de procedencia no catalana o la clásica sidra achampañada. Los boicots, en estas cosas, suelen tener muy poco éxito.

Periódicamente sale alguien que nos invita a dejar de comprar productos franceses, cosa que ocurría con cierta frecuencia cuando el inquilino del Palacio del Elíseo era Valéry Giscard d''Estaing, y sólo prescindían de las bebidas o alimentos elaborados al norte de los Pirineos quienes lo hacían normalmente, es decir, los que nunca compraban champaña -solían referirse a él como ''champán francés'', albarda sobre albarda- ni foie-gras con etiqueta en francés.

Pues con el cava catalán, visto lo visto, ha pasado lo mismo. Pero tampoco podemos afirmar que ha sido bien tratado. No. Las cosas, las bebidas, las comidas, tienen sus ritos, sus normas, y saben muchísimo mejor cuando se respetan. Evidentemente, y por razones obvias de logística, habrá habido muchísimas oficinas en las que se haya brindado con cava servido en vasitos de plástico, que aunque a mí no me gustan ni para beber agua tienen la justificación aplastante de que ''no hay otra cosa''.

Siguen viéndose mucho las copas de champaña planas, de cáliz ancho y pie corto, de las llamadas ''Pompadour'' por la creencia de que fue un seno de Jeanne Antoinette Poisson, que así se llamaba la famosa amante de Luis XV, el molde sobre el que se diseñó esa copa. Copas en cuya amplia superficie las burbujas se esparcen demasiado y que solían cogerse por los bordes del cáliz.

Hoy se preconizan, desde mi punto de vista con poco acierto, las copas llamadas ''flauta'', de cáliz estrecho y largo y tallo también largo. No me gustan por demasiado estrechas, porque en ellas las burbujas han de someterse a la disciplina de subir poco menos que en fila india. Prefiero una copa ''tulipán'' o, en cualquier caso, más ancha que esas ''flautas'', en la que la burbuja pueda expansionarse un poco, tampoco demasiado. Las que, en mayor tamaño, imitan el diseño de los catavinos reglamentarios son las que prefiero.

Pero estos días, y especialmente en galas televisivas en las que, invariablemente, los participantes brindaban con espumoso, hemos visto que abundan los y las manazas. Me refiero a quienes agarran directamente esas copas por el cáliz. No debe hacerse. El cava, el champaña, son bebidas para disfrutarlas frías, más frías que un vino blanco. La mano aplicada directamente sobre el cáliz que las contiene acaba por calentarlas. Esas copas se toman por el tallo, que para eso es largo; tampoco hace falta cogerlas por el pie, como se cogen los catavinos jerezanos. Pero nunca por el cáliz.

Qué más da, dirá alguno. Hombre, pues... sí que da. Y no es por purismo; ni siquiera, aunque podría serlo, por razones de elegancia: es que esas copas no están pensadas para dejar las señales de los dedos en el cáliz, que sirve, además de para contener la bebida, para verla, para apreciar las burbujas... y hasta para chocarlo con el del vecino, si es usted de los que necesita ese contacto para formular un brindis. Más que nada, porque es un rito; y las cosas que implican ritos saben mucho mejor si se respetan todos ellos.

Y otra cosa: al cava, al champaña, no se le marea en la copa, no se le dan vueltas, como se hace en una cata de vino tranquilo. No hace falta: la propia eclosión de las burbujas nos acerca a la nariz todos los aromas del espumoso. No hagan como un conocido periodista humorístico norteamericano que, tras pasar correctamente sus iniciaciones de cata en algunos ''chateaux'' bordeleses, fue obsequiado en el alfombrado salón de uno de ellos con una copa de champaña. La miró al trasluz, la agitó, olió el vino, se metió un sorbo en la boca, lo paseó por ella y... lo escupió, ante el horror de su instructor y de sus anfitriones.
En estas cosas, en estos ritos, no hay nada como la naturalidad y, claro está, fijarse en quienes saben. De todos modos, el cava o el champaña son vinos de fiesta, alegres, deliciosos casi siempre. Nos dan lo mejor de sí mismos en las copas; tampoco resulta tan difícil corresponderles con un mínimo agradecimiento y tratarlos de manera que ellos se sientan también cómodos en esas copas. No los maltraten: se lo agradecerá el propio cava, el propio champaña.
Fecha de publicación: 06.01.2005
EFE

FUENTE: El Mundo Vino/Cultura del Vino/Reportajes
http//elmundovino.elmundo.es