Estadísticas

Última actualización [04/06/2007]



Defender la vida en las rutas


ARGENTINA
Es conocido el hecho - terriblemente doloroso, por cierto- de que la Argentina figura, desde hace varios años, entre las naciones con más elevados niveles de mortalidad en materia de accidentes viales. Las estadísticas revelan, en efecto, año tras año, que la proporción de personas fallecidas como consecuencia de siniestros ocurridos en nuestras rutas o en las calles interiores de nuestras ciudades es significativamente mayor que la registrada en países con tan alto nivel de actividad como los Estados Unidos o Francia.

En los Estados Unidos, por ejemplo, se producen aproximadamente 42.000 muertes por año por accidentes de tránsito en calles y rutas, con una tasa de 15 muertes cada 100.000 habitantes. En Francia, esa proporción es de 12,5. En la Argentina, en cambio, se advierte que la tasa de siniestralidad es de 24 a 26 muertes por cada 100.000 habitantes, según los informes proporcionados por el Instituto de Seguridad y Educación Vial, elaborados sobre la base de los datos cruzados que proporcionan habitualmente la Policía Federal, las policías provinciales, el Ministerio de Salud de la Nación y la Superintendencia de Seguros.

De acuerdo con los datos suministrados por una organización tan confiable como la asociación civil Luchemos por la Vida, en 2005 se registraron en nuestro país 7138 muertes por accidentes viales, lo que representa un promedio de casi 20 hechos trágicos por día, una cifra que no habría bajado este año. La entidad organiza sus estadísticas sobre la base de las cifras oficiales, de origen policial y municipal, pero combina la información de esa misma procedencia con un entrecruzamiento de datos que toma en cuenta los índices internacionales.

Es cierto que los datos - aun los provenientes de fuentes oficiales- son, en muchos casos, controvertidos. El Registro Nacional de Antecedentes de Tránsito (Renat) informó, por ejemplo, que en 2004 la nómina de víctimas mortales por accidentes de tránsito ascendió a 4111, en tanto que el ya mencionado Instituto de Seguridad y Educación Vial manejó para ese mismo año la escalofriante cifra de 12.260 muertes en rutas y calles.

Pero más allá de las discrepancias que a veces se plantean entre las diferentes instituciones estatales o privadas, existe una realidad que ninguna organización se atreve a cuestionar y es la que otorga a la Argentina el triste privilegio de encabezar, o poco menos, el ranking mundial de mortalidad causada por choques, vuelcos o despeñamientos de automotores.

En estos días en que empieza a intensificarse en el país la temporada de vacaciones, junto con los festejos de fin de año - durante los cuales el alcohol hace estragos y se multiplica la necesidad de prevenirse de su ingesta -, los argentinos deberíamos redoblar nuestros esfuerzos para revertir la trágica tendencia que todos los años amenaza con convertirnos en el más desalentador de los ejemplos internacionales en materia de inseguridad vial. Por supuesto, cada accidente es el producto de una suma compleja de causas y factores, entre los cuales se mencionan, alternativamente, deficiencias humanas, culturales y técnicas, referidas a las condiciones en que se maneja en muchos casos en las rutas del país o relativas a fallas de infraestructura vial que disminuyen los niveles generales de seguridad de las rutas y calles.

Es imprescindible intensificar las campañas de educación y prevención destinadas a modificar la cultura de la inseguridad que pareciera prevalecer en el tránsito y la instrumentación de los controles tendientes a garantizar la transitabilidad de los caminos de la República. Es necesario también estimular la permanente ampliación de los planes de construcción de autopistas, así como la ejecución del conjunto de obras de infraestructura capaces de disminuir el riesgo vehicular en cuanto sea posible.

Por lo demás, convendría que los argentinos nos habituásemos cada vez más a viajar por las rutas nacionales sin la presión de los factores emocionales que suele generarnos un determinado caudal de estrés en la convivencia con nuestras ocupaciones cotidianas. En ese sentido, quien se traslada a un determinado lugar del país para disfrutar de sus vacaciones debería autoconvencerse de que su período de descanso comienza en el momento mismo en que emprende viaje a su lugar de destino y no cuando llega a la meta elegida. Es importante que su ánimo alcance los niveles deseados de distensión apenas salga con su automóvil a la ruta, sin esperar a que el viaje de ida se haya completado. Esta observación, que acaso podría considerarse trivial, apunta a alentar en cada uno de nosotros la certeza de que a la hora de conducir un vehículo por una ruta ningún factor, por insignificante que pueda parecer, debe ser menospreciado.

Con ese espíritu, y con esa firme determinación de aceptar que todos somos responsables de lo que ocurre en los caminos de la República, estaremos en condiciones de colaborar para que el tránsito no siga cobrando en la Argentina más víctimas y para que en el año que está a punto de comenzar las luces puedan más que las sombras y la vida derrote a la muerte en todas las rutas del país.

FUENTE: La Nación/Opinión/Editorial
http://www.lanacion.com.ar/Archivo/nota.asp?nota_id=871430